Las mujeres del Juicio de Wenceslao

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El juicio por el esclarecimiento del asesinato de Wenceslao Pedernera duró más de 7 meses, la sentencia fue el 11 de diciembre de 2023. En ese tiempo pasaron, por el Tribunal Oral Federal de La Rioja, 51 testigos: 32 varones y 19 mujeres.

Todas las declaraciones, de la mayoría de los testigos, estuvieron relacionadas con lo padecido durante la detención en el Instituto de Rehabilitación Social de La Rioja, que en ese momento (1976) estaba en manos de Gendarmería y tenía como responsable al imputado Eduardo Abelardo Britos. Las afirmaciones de Marta Cornejo, esposa de Wenceslao, y de sus hijas y de algunos otros que no estuvieron en el IRS, giraron en torno al contexto de la época, de la vida y de lo que vivieron en el momento del asesinato de Wenceslao.

Si bien apuntaban al mismo hecho y con el mismo compromiso con la verdad, las declaraciones de las 19 mujeres fueron más detalladas y vivenciales y casi más valientes que las de los varones. Lo que padecieron fue demasiado duro. Sufrieron, de todas las maneras, abusos de autoridad, de poder y vejaciones en su cuerpo. Fueron las depositarias del odio a la fe, al Obispo Angelelli y a la tarea que hacían por el bien de los demás, por la búsqueda de un mundo mejor. La fiscalía también valoró el testimonio de ellas y la entereza que tuvieron al vivir lo que contaban.

Son Marta «Coca» Conejo y sus hijas María Rosa, Susana y Estela Pedernera, Graciela Schaller, Ada Maza, Nelly Mabel Martínez, María Inés Frasca, Azucena de La Fuente, Argentina López, Diana Quiroz, Claudia Soria, Lucila Maraga, Graciela Boffelli, Noemí Pedernera, Irma Quipildor, Nicolasa Aldana, Alicia Asís y María Illanes.

Junto con pasar esos momentos de dolor no dejaban de pensar en el padecimiento de los demás, al escuchar los gritos de los compañeros torturados durante las noches, cada vez que una de ellas era llevada a declarar, con tormentos incluidos, la esperaban y la que podía le preparaba un té y la abrazaba. No callaron ante sus torturadores y no tranzaron aún en contra de sus propias vidas. Se ayudaron y acompañaron. Lloraron y se sintieron huérfanas al enterarse del asesinato de Angelelli.

Guardan memoria y sus declaraciones piden justicia y carecen de rencor. El gen femenino de la vida y de la protección del prójimo está presente, también la sonrisa y la memoria de las que no pudieron regresar.

Todas caminaron de la mano con la muerte, vieron el dolor, tocaron muchas heridas, escucharon sollozos y llantos y siguieron andando con el mismo talante.

 Están de pie diciendo: ¿Quién dijo que todo está perdido? Nosotras venimos a ofrecer nuestro corazón. Y Wenceslao ve hecha vida su frase póstuma: Perdonen, no odien.