La última cena: El tráiler del Triduo Pascual

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Reflexión a cargo de Iván Bussone

¿Alguna vez te has preguntado qué significan los días del Triduo Pascual? ¿Cómo se relaciona la celebración de la Cena del Señor con la institución de la Eucaristía y el mandamiento del amor? ¿Sabías que hay una profunda conexión entre el sacrificio de Jesús en la Cruz y la celebración eucarística que participamos en cada misa? ¿Te has preguntado cómo Jesús pudo anticipar en la Última Cena lo que sucedería un día después en el Viernes Santo? Acompáñanos en un viaje de descubrimiento a través de estos interrogantes mientras exploramos brevemente la riqueza y el significado del Triduo Pascual en nuestra fe cristiana.

Los misterios más grandes de nuestra redención son celebrados en el Triduo Pascual o Triduo Sacro, conformado por tres días: Viernes Santo, Sábado Santo y Domingo de Pascua. A través de celebraciones especiales, hacemos memoria de Jesús crucificado, sepultado y resucitado, respectivamente.

Recuperando una tradición judía, solemos anticipar una festividad importante a partir de la puesta del sol del día anterior. Es por ello que la misa que se celebra por la tarde del sábado corresponde con la liturgia del domingo. Así, el Triduo Pascual tiene su apertura en la tarde del Jueves Santo con la celebración eucarística. Esta misa, como todas las demás, se inicia con el canto y la señal de la cruz. Sin embargo, no concluye con este gesto ni con canto. La celebración del Viernes Santo tampoco incluye la señal de la cruz ni ningún canto al inicio ni al final. Por su parte, la Vigilia Pascual del sábado se inicia sin canto alguno y sin la señal de la cruz, pero concluye con el habitual canto final y la bendición impartida por el ministro ordenado, acogida por la asamblea mediante la señal de la cruz. De este modo, se quiere destacar la unidad y el continuo que existe entre estas tres celebraciones: la Misa de la Cena del Señor (Jueves Santo) que inicia con el canto y señal de la cruz, la Celebración de la Pasión del Señor (Viernes Santo) y la Vigilia Pascual (Sábado Santo) que recién finaliza con la señal de la cruz y el canto.

En la Misa de la Cena del Señor, hacemos memoria de la institución de la Eucaristía, del Orden Sagrado -a través del cual se perpetúa el Sacramento de la Eucaristía- y del mandamiento nuevo del amor. Un signo litúrgico elocuente de esto último es el lavatorio de los pies, realizado por el ministro después de la homilía. En esta misma celebración, terminada la oración después de la comunión, se realiza una pequeña procesión con el Santísimo Sacramento hasta el lugar de la reserva, preparado en alguna parte de la iglesia o en una capilla debidamente ornamentada.

En el Antiguo Testamento, los sacerdotes ofrecían continuamente sacrificios de animales para el perdón de los pecados. Jesús, “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1, 29), se ofreció a sí mismo como sacrificio en el madero de la cruz para la remisión de nuestros pecados. “Él no tiene necesidad, como los otros sumos sacerdotes, de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados y después por los del pueblo. Esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo” (Hb. 7, 27). Él entregó su vida por nosotros como acto supremo de amor. Esto que ocurrió el Viernes Santo sucedió anticipadamente y de manera sacramental el Jueves Santo en la última cena. Ese pedazo de pan y ese poco de vino se convirtieron en el cuerpo y la sangre de Jesús que se entregó anticipadamente en esa cena. Por eso Jesús no dice que se entregará o derramará por ustedes (en futuro), sino que pronuncia esos verbos en tiempo presente: “que se entrega por ustedes” (Lc. 22, 19; 1Cor. 11, 24) o “que se derrama por muchos” (Mt. 26, 28; Mc. 14, 24; Lc. 22, 20). La diferencia radica en la manera en que se entrega: el Viernes Santo se entrega sobre el altar de la cruz de una manera cruenta (con derramamiento de sangre), mientras que el Jueves Santo lo hace de manera incruenta (sin derramamiento de sangre). Por eso, “el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio” (Catecismo de la Iglesia Católica, # 1367).

¿Cómo es posible que Jesús realice anticipadamente lo que hará un día después? Ciertamente Jesús era verdaderamente hombre -y como tal, vive en el tiempo que tiene un pasado, presente y futuro-; también es verdadero Dios, por lo tanto, lo que Él hace forma parte del eterno presente de Dios. Esto significa que un hecho que realizó en el pasado permanece en la eternidad de Dios. Es por ello que en cada eucaristía no solamente recordamos un hecho del pasado, sino que, sobre todo se hace presente (actualiza) el sacrificio de la cruz y la resurrección. No se repite su muerte, pues murió una sola vez y después de su resurrección no muere más. Pero cada misa es una actualización de esa muerte y de su gloriosa resurrección.

Podemos concluir que en la celebración eucarística del Jueves Santo recordamos aquella primera celebración eucarística que se hace presente en cada misa, y a la vez, cada eucaristía actualiza (no repite) el misterio de la muerte y resurrección de Jesús (y que celebraremos particularmente el viernes santo y domingo de pascua). Podemos afirmar que el misterio Pascual que vamos a celebrar en el Triduo Sacro lo celebramos  compactadamente en la celebración eucarística del Jueves Santo. Al igual que el tráiler de una película es un avance o adelanto que se muestra antes del estreno oficial de la película completa, la celebración de la Última Cena puede considerarse como el tráiler del Triduo Pascual. En este contexto, la Última Cena anticipa y prepara simbólicamente el terreno para los eventos cruciales que se desarrollarán durante el Triduo Pascual: desde la pasión y muerte de Jesús en Viernes Santo hasta su gloriosa resurrección en Domingo de Pascua. Es como si en la Última Cena se nos brindara un adelanto de los profundos misterios que se desvelarán en los próximos días del Triduo, permitiéndonos adentrarnos en la esencia y significado de estos momentos trascendentales para la fe cristiana.