Homilía (30 de septiembre)

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SALUDOS:

            A ustedes enfermos de los hospitales, sanatorios y casas particulares, ancianos, presos, quienes están viajando en este momento. A ustedes la comunidad que está en los Bordos de Aimogasta y a las hermanas que están celebrando la fiesta de la Merced. Saludos a los Paralíticos de Pituil. Jornada de la Mujer de la A.T.P., A la A.T.P. en su día del Trabajador Estatal de la Provincia. Confirmados y Padrinos, Sanagasta, Virgen India, Doña Mercedita de las Jarillas, A niñita Pía Rosmina.

Amigos y Hermanos Radio Oyentes de L.V. 14.

         Venimos diciendo durante estos domingos, todo lo que nos va exigiendo este Año Santo para vivirlo en profundidad. Porque no nos podemos conformar solamente con decir que somos de tradición cristiana, que nuestros padres y abuelos fueron muy cristianos; esto es verdad y damos gracias a Dios por esta suerte que tenemos. Pero no basta con esto, somos nosotros los que tenemos que reflexionar, si verdaderamente lo somos, y si se ve en la vida de todos los días. Porque vivimos tiempos distintos a los de nuestros abuelos y antepasados; es una realidad, que no la podemos negar. Vivimos tiempos difíciles y de definiciones claras, tenemos permanentemente, que preguntarnos: qué exigencias tiene hoy la fe cristiana en nosotros? Ya no basta entonces, decir, mis abuelos fueron muy cristianos; fui bautizado; hice la primera comunión y me casé por la Iglesia. Todo muy bueno, sí, pero… cómo llevamos la vida…. ¿Se vive cristianamente en el hogar…? ¿en el lugar de trabajo? ¿Vivimos cristianamente la responsabilidad que tenemos? No basta decir: Creo en la Iglesia: Una, Santa Católica Apostólica y Romana; ¿somos, luego en la vida, verdaderos hijos…? ¿Cómo Ella quiere que lo seamos, o mejor, como Dios nuestro Padre nos pide….? ¿Nuestras relaciones para con Dios y para con nuestros hermanos, ¿Cómo anda? ¿Reducimos nuestra fe a las solas devociones particulares…? Es bueno esto y no hay que dejarlas, pero el Evangelio, que es lo que hemos asumido el día de nuestro bautismo, hay que vivirlo fuera de nuestros templos. En ellos celebramos la vida que nos da cada día el Señor; a la vez, ofrecemos a Nuestro Padre Dios, por Jesucristo, nuestra adoración y nuestra acción de gracias; le pedimos el perdón y le suplicamos que nos bendiga. Y todo esto lo hacemos como familia, como comunidad, en torno a una mesa del altar. También lo hacemos en la intimidad de nuestros hogares o en la intimidad de nuestros corazones.

         Miren: durante estos meses que vienen tenemos una ocasión preciosa, a propósito de las celebraciones patronales; los novenarios preparatorios son tiempos hermosos para reflexionar seriamente a la luz del Evangelio, que es la Palabra de Dios, toda nuestra vida individual y social. No lo debemos desaprovechar. Porque no debemos reducir nuestras fiestas a las solas ceremonias externas. Nuestro Padre Dios no regala estos tiempos para revisar la vida, para tomar resoluciones serias, para descubrir mejor qué significa ser cristianos. Las celebraciones a la Santísima Virgen a los Santos nos deben ayudar a ser más hermanos, más unidos, más serviciales, más amigos, más comprometidos como cristianos por el progreso y felicidad de nuestra Provincia. Creer en Jesucristo y sentirnos miembros e hijos de la Iglesia nos exige jugar la vida por los demás. Esto significa ser “hombres nuevos” hombres convertidos, hombres comprometidos, hombres que queremos hacer realidad la Paz de Belén que es la Pascua de Cristo. No basta declamar la paz, hay que ser constructores de la paz en nosotros y en los demás.

            Esto supone que debemos ir cambiando muchas cosas; en nuestra vida personal y en la vida social; porque así como están las cosas no podemos decir que exista verdadera felicidad en nuestro pueblo. La reflexión y la celebración de nuestras fiestas patronales no pueden estar separadas de la vida que pasa en el pueblo, en el departamento, en La Rioja, en la Argentina. somos privilegiados, como riojanos, porque tenemos oportunidades en abundancia para hacer esta revisión cristiana de la vida. No tenemos derecho de ser hijos del miedo, por la Fe que profesamos como cristianos, somos hijos de la esperanza; del amor que se hace servicio a los demás; somos hijos, nacidos para tener Vida, y ésta, en abundancia. Les decía, al comienzo del Año Santo Diocesano, que nos reuniéramos en grupos; en los hogares; en los barrios o pueblos; en los templos; solos o con otros, y tomáramos la Biblia, los Santos Evangelios, que es parte de la Biblia, y los meditáramos y tratáramos de sacar la luz necesaria para comprender mejor lo que pasa. El cristiano que tiene capacidad y actitud de orante es un hombre que no envejece, porque va como tejiendo la sabiduría de la vida.

         Miren: corremos el peligro de volver a caer en un verdadero mal que esperábamos haber superado: la “desconfianza”. Es una especie de enfermedad moral que es necesario curarla con firmeza. Dicen unos documentos de la Iglesia denominados: “Documentos de Medellín”, que para lograr un Continente Latinoamericano Nuevo, es necesario ir logrando ‘hombres nuevos’. También esto nos toca a nosotros como riojanos: no seremos Rioja Nueva sin riojanos nuevos. Esto no significa renunciar a nuestras más puras tradiciones, todo lo contrario; pero supone, también que no tengamos puesta la mirada solamente en el pasado y añorar ese pasado, huyendo del compromiso que tenemos que asumir en el presente para construir un futuro mejor y más feliz. Porque, lo repetimos nuevamente, Dios, Nuestro Padre, nos quiere a todos felices, y no que unos pocos sean felices y otros resignados en su sufrimiento. Dios no quiere que sigamos siendo resignados ante los gravísimos problemas de todo orden que debemos resolver. Ser cristiano consciente de su Fe, y por tanto con una cierta madurez en la fe, nos exige que no bajemos las manos; que no nos cansemos; que no nos contagiemos del miedo y no seamos causantes de la desconfianza.

         Les decía que estamos padeciendo una especie de enfermedad, que es la desconfianza. Esta enfermedad nos impide vivir la reconciliación con Dios y con nuestros hermanos. En qué se manifiesta esta desconfianza: una acción perniciosa, injuriante y de bajos sentimientos, que se viene desarrollando en nuestra provincia con toda impunidad. El perjudicado es nuestro pueblo riojano. Al que no puedo silenciar este mal, que se está haciendo, porque traicionaría mi conciencia de pastor. Debo hacer oír mi voz para salvaguardar los auténticos y verdaderos valores cristianos y morales del pueblo riojano. No hablemos de fomentar la creatividad, la unión de un pueblo, la búsqueda sincera de caminos nuevos para solucionar los graves problemas que tenemos en nuestra provincia si seguimos usando estos medios y caminos elegidos. Así no construiremos la paz; así no haremos una Rioja feliz para todos; así no trabajamos por una verdadera justicia tan necesitada de ella nuestro pueblo. La sangre vertida, la incertidumbre y la desconfianza y las manifestaciones un tanto “adolescentes” de valentía de algunos, no son los caminos que nos lleven a reencontrarnos como hermanos, que nos exige reflexionar serenamente muchas actitudes que se vienen asumiendo en nuestra comunidad riojana. Se ha dado comienzo a un nuevo proceso que quiere tener todas las características de nacional, popular y cristiano, que quiere ser auténticamente liberador de muchas dependencias que se contraponen con la fe cristiana. Es de todos y para todos; nadie debe estar excluido de esta formidable tarea. La Fe nacida del Evangelio de Cristo, nos exige lucidez, audacia, serenidad, desinterés y gran capacidad de servicio a los demás.

            Existen silencios ante hechos y actitudes que deben ser evaluados muy seriamente y que no significan indiferencia.

         Hermanos y amigos, ¿no les parece que ha llegado la hora de silenciar el hambre de seguir poniendo “motes” y levantar los brazos para hermanarnos y construir lo que tanto anhelamos? Ven que es necesario hacer una buena evaluación de todo un proceso vivido a la luz de la Palabra de Dios y examinar, “actitudes”, “causas” y “hechos” producidos. Hoy, el texto del Santo Evangelio tiene una sentencia muy clara y dura: “quien escandaliza a los sencillos, más le vale que se le ate una rueda de molino y se lo eche al mar.” El Apóstol Santiago nos da una lección muy cruda para que la reflexionemos.

            Por eso, Nuestra Iglesia Riojana, al ir llegando a su término en el presente año, se ha propuesto ir concretando una evaluación profunda de su vida pastoral, para ser más fieles a la opción que hemos hecho. La deberemos ir realizando desde las comunidades más pequeñas hasta llegar a la Comunidad diocesana, para concretar las decisiones y los criterios pastorales que nos ayuden mejor a seguir sirviendo, en esta coyuntura o situación histórica en que vivimos. Estamos colocados todos, sacerdotes, religiosas y laicos. Supone, sí una actitud fundamental: una gran sinceridad para consigo mismo; actitud de servicio y compromiso evangélico en la búsqueda común, y una actitud interior de esperanza de sabernos llamados como cristianos hoy, para hacer el mejor aporte que podamos a la concreción de una Rioja Nueva, asumiendo toda la riqueza de su pasado. Dos vertientes, que son como dos faros nos ayudarán a llevar a cabo esta evaluación o reflexión: el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia y la “identidad” del pueblo riojano en su contexto socio-cultural, con miras a lograr una auténtica liberación según nos la describe el Sagrado Libro de la Biblia. En otras palabras: ¿por dónde pasa este proceso de liberación cristiana del pueblo riojano?  En este proceso ¿qué papel deben jugar los pobres y la juventud? ¿Qué papel tiene el hombre adulto? El laicado, ¿qué aporte debe hacer en este proceso?. Que el Señor bendiga esta tarea de todos para todos.’