Homilía (23 de septiembre)

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SALUDOS:

            A las comunidades de: La Merced/Pituil/Anguimán/Totoral/A la Abuela Atanasia de Pereyra en sus 91 años./Enfermos/ancianos/presos.

Amigos y Hermanos Radio Oyentes de L.V. 14.

            Gracias a Dios, Nuestro Padre, cada domingo vamos ahondando el sentido de familia diocesana, de comunidad riojana, de fraternidad, en nuestra Iglesia Riojana, a través de esta Misa Radial desde Nuestro Santuario y Catedral de San Nicolás. Por eso les decía el domingo pasado que la meditación y la reflexión acerca de la Iglesia, como regalo de Dios Padre a los hombres, es tarea de toda la vida. Y desde el corazón mismo de este Santuario desde donde estamos celebrando esta Santa Misa Radial, con esa conciencia que debemos tener, de que somos cristianos por la gracia de Dios, decimos con aquella alegría y paz que nos da el Señor, creemos en esta Iglesia Riojana, que es una santa católica y apostólica, que fue plantada por un sucesor de los apóstoles, el primer obispo de la diócesis y que, la misma, en comunión con toda la Iglesia universal, vivimos una gracia extraordinaria para todo el mundo, como lo es, el Año Santo.

         Les decía, también, que hoy se nos exige no dejar de lado, la reflexión, que no quiere decir cruzarnos de brazos, sino para que la acción y el obrar diario, no caiga en un puro activismo sin sentido. Esta reflexión debe abarcar lo que nos pasa en la vida personal, lo que sucede y vivimos en La Rioja, en la Patria, y en el mundo entero. Reflexión que debe ser hecha con la luz del Evangelio y con el análisis de los hechos de la vida. Si reflexionamos, encontraremos la ayuda para obrar bien. La podremos hacer solos o junto con otros. Así no nos equivocaremos tan fácilmente; nos mantendremos rejuvenecidos; actualizados; siempre en tensión para seguir construyendo una Rioja que sea feliz para todos.

            Hoy, por ejemplo, como pueblo argentino, somos convocados a votar; a elegir y cuando un pueblo vota, es un pueblo que reflexiona; es un pueblo que busca los caminos mejores para ser feliz; busca como construir una Argentina que sea una comunidad de hermanos que juntos construimos la Paz. Nos lo acaba de decir el Apóstol Santiago (3, 16-4,3). “Hermanos: donde hay envidias y peleas, hay desorden y toda clase de males… y nos sigue diciendo: la sabiduría que viene de arriba (de Dios), ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante y sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz y su fruto es la justicia…”

         Porque cuando reflexionamos, pensamos, meditamos, evaluamos, la propia vida y todo lo que pasa a nuestro alrededor, lo acabamos de decir, lo debemos hacer desde la óptica de la Palabra de Dios, que es el Evangelio; ayudados por lo que nos dice la Iglesia, que ha sido constituida por Cristo como servidora y Luz de los hombres. Es un deber que tenemos como cristianos; por eso decimos que “somos cristianos por la gracia de Dios” y que profesamos y confesamos la fe en Jesucristo. Esta es una opción hecha desde nuestro bautismo y que lo debemos seguir haciendo cada día. Esto es actualizar la Fe. Esto es lo que hemos asumido en la vida privada y pública; lo debemos confesar no sólo cuando recitamos el Credo, como lo haremos en la misa, sino en y con la vida.

            Porque, también, nos dice el Señor “este pueblo me honra con los labios, pero su corazón y sus obras están lejos de mí…” ¿Se dan cuenta, entonces, lo que exige examinarnos, como personas y como pueblo? Somos buenos hijos de nuestro Padre Dios si vivimos fraternalmente. Si los hombres no usamos y abusamos de los otros hombres para nuestro propio egoísmo y provecho, con el fin de tener más dinero, lograr más poder con sentido individualista. Examinarnos si realmente trabajamos todos buscando y practicando la justicia y el amor fraterno; porque solamente así construiremos la verdadera paz.

            Comprenderemos, también, porque este año que le decimos Año Santo, es un año de reflexión, de conversión, de evaluación y de búsqueda de caminos nuevos que nos ayuden a todos a ser felices. Quizás algunos pueden asustarse porque el Evangelio y la Iglesia cuestione la propia vida, y a fondo; porque surgen dificultades, sufrimientos y pruebas con sabor a cruz. No temamos, es buen signo, lo sigo repitiendo. No seamos inmediatistas. Miremos el futuro. Los verdaderos y auténticos cambios traen todo esto aparejado. Sepamos descubrir que en todo esto está la presencia viva de Dios que nos empuja y nos alienta para que no bajemos las manos. El cristiano debe ser siempre un hombre comprometido hasta que el Plan trazado por Dios a los hombres se vea realizado. Es tarea de toda la vida.

            Cristo no quiere que le confesemos solamente con las palabras; quiere que lo confesemos ante los hombres de nuestro tiempo con la vida. Hoy los hombres tiene demasiados dolores y sufrimientos; tiene hambre de paz y felicidad verdadera, tiene hambre del Dios Vivo y Padre de Todos, a veces lo confiesa abiertamente y a veces lo confiesa en su grito de dolor, de evadido, de agresivo, de cansado de placeres que se le escapan de la mano apenas los alcanza.

            Hoy se nos exige ser mejores amigos, si lo somos, o lograr serlo si no lo somos; ser hombres justos y misericordiosos; no usarnos ni abusarnos los unos de los otros; respetarnos, no crecer hundiendo al otro, el respeto por la mujer, joven, esposa, madre, anciana. No seguir cayendo en un mal bastante frecuente que solemos llamarlo: “machismo”, cuánto sufrimiento trae esta actitud poco varonil, en nosotros los hombres. Este año Santo nos exige reflexionar si la responsabilidad que tenemos la usamos para servicio de los demás o la convertimos en un buen negocio personal. Ser fieles a Cristo y a la Iglesia Madre es desterrar de nosotros todo lo que sea la mentira en el corazón y en la vida. La infidelidad que se traduce de muchas maneras y modos; tratar que en la vida nuestra no tengamos que ser señalados jamás por aquello de Judas, que vendió al Señor por treinta monedas, la historia lo tiene como el prototipo de Traidor. Se dan cuenta qué tarea tenemos en este Año Santo para reflexionar y evaluar, para cambiar la vida privada y pública; las relaciones de todo tipo.

            En otras palabras: realizar eficazmente un Año Santo a fondo, en La Rioja, es trabajar sin descanso para que las llamadas Bienaventuranzas de que nos habla el Evangelio de Mateo en el (c. 5-1-11), se vaya haciendo, cada ve más, realidad en la vida. Vivir y realizar las Bienaventuranzas de Jesús, es vivir y realizar un verdadero y profundo programa social. ¿Quién no busca la paz? Todo hombre busca la paz, que es lo mismo que buscar la felicidad. “Dichosos los que hacen reinar la paz, porque serán llamados hijos de Dios”, dice una de las Bienaventuranzas. Leyendo la Biblia, ya desde el Antiguo Testamento, a Nuestro Padre Dios se lo presenta como el Dios de la Paz. Y San Pablo habla de la Evangelización como comunicación de la Paz. Los Evangelizadores son heraldos de la Paz (Rm 10, 15). Pero la paz supone la justicia y supone la reconciliación.

            Habrá paz solamente cuando en nosotros haya justicia y reconciliación en el sentido bíblico. Reconciliación con Dios (quitando el egoísmo y el pecado del corazón del hombre), reconciliación con nosotros mismos (que no es fácil, supone tener paz en el corazón) y reconciliación con los demás (vivir una verdadera fraternidad e igualdad como lo quiere Dios). Sólo así seremos capaces de hacer reinar la paz. Porque la Bienaventuranza no nos dice que son dichosos los que tienen paz para sí, sino que son dichosos los que son capaces de trasmitir la paz, de construirla. Por eso, una forma de testimonio cristiano es hacer reinar la paz que reconcilia y une a las personas. Será, entonces, tarea de todo cristiano y de todo hombre de corazón recto, trabajar para remover todos los obstáculos que impida que reine la paz en una comunidad.

            Esta Bienaventuranza de la Paz supone la otra que se refiere a la Misericordia: “Dichosos los misericordiosos porque hallarán misericordia”. Aquí, la misericordia, no hay que entenderla a nivel humano y sentimental. La misericordia no es un corazón compasivo. Es particular de un atributo de Dios que es El Misericordioso; o sea, el eficaz de sanar la miseria, toda miseria. Cristo promete a sus discípulos que ellos van a participar de este atributo de Dios, de tal manera que podrán ser misericordiosos como Dios. Esta actitud de ser misericordioso, es igual a tener un amor que busca, que salva, que redime, que libera de toda miseria y esclavitud. Por eso que la Misericordia cristiana va más allá que la justicia. Un mundo donde reinara sólo la justicia sería en cierta manera insoportable.

            Si somos solamente justos con los demás y no ponemos en juego la misericordia que es el amor, no se realizaría el ideal cristiano. ¿Se dan cuenta, entonces todo lo que se nos exige el tener paz? ¿Tenemos esa paz en nuestro corazón y tratamos de ser los trasmisores de acuerdo a la Bienaventuranza? ¿No creen que es una buena tarea para abajar en este Año Santo? Trabajando por construir la paz, trabajando por la justicia, plenificada en la misericordia o el amor, es hacer realidad aquello de Pablo VI: “Todo hombre es mi hermano”. Es lograr hacer hombres libres. La libertad es una cualidad en el hombre y se la adquiere a través de un crecimiento en la vida.

            Nos dice el Apóstol Santiago: “Hablen y juzguen como si fueran juzgados por la ley de la Libertad”. Obrar así, es lograr ser hombres maduros. Supone la ley del amor y no la ley del odio. El amor es el eje de nuestra vida y el que hace madurar nuestra libertad. Porque cuántas veces nos decimos hombres maduros y en la vida no lo somos. Hay mucha gente que tiene madurez física y hasta cierta madurez intelectual, pero viéndolos obrar acusan una inmadurez social y afectiva. En el fondo la inmadurez consiste en que se dice una cosa y se hace otra. La persona madura, adulta, conoce sus posibilidades y sus límites. Es realista consigo misma, vive en la verdad, no se autoengaña ni engaña. Sabe qué puede hacer y qué no puede hacer. Sabe decir que no y tienen el valor de decir que sí. La capacidad de elegir alternativas, pero sin conflictos, sin angustias, es signo de madurez y de gran libertad.

         Hermanos, para lograr esta madurez en la vida, debemos despojarnos de nuestro egoísmo y llegar a ser sencillos como el corazón del niño.