Segundo domingo de Cuaresma (22 de Febrero)

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Amigos y Hermanos y Radioyentes de L.V. 14.

Seguimos reflexionando sobre la Cuaresma. Tiempo de gracia y de apremiante llamado de Dios a cada uno de nosotros, como individuos y como pueblo: “conviértete y cree en el Evangelio”, dice el Señor. Tiempo de profundización de la propia vida y de asumir con responsabilidad las tareas que urgen, no postergarlas para el bien de todos. Tiempo para seguir madurando la propia vida, aunque ello suponga dolor y renuncias. Tiempo para seguir construyendo con hondura nuestra comunidad diocesana, y no permitiendo que actitudes superficiales, egoístas, fruto de pasiones no controladas, interfieran u obstaculicen el esfuerzo de un cuerpo eclesial o de un pueblo.

Tiempo propicio para nosotros, cristianos, y una invitación fraternal para todo hombre de corazón recto. A todos nos urge ahondar el contenido de esta palabra “reconciliación” que puede empezar a, hasta fastidiarnos, o reducirla a piadosas consideraciones sin incidencia en la propia vida, ya sea ella personal o como pueblo. Tiempo de esperanza y no de cansancio moral o desaliento.

Hace pocos días, las religiosas de la diócesis hacían los llamados ejercicios espirituales en Sañogasta. Aparentemente un hecho intrascendente. Pero analizado con otra óptica, fueron de un valor incalculable, por su seriedad, su profundidad y su proyección en la diócesis. Más allá de las características de cada congregación, vivieron la unidad de un cuerpo de consagradas a Dios para mejor servir a este pueblo. Lo señalo como testimonio y como estímulo y gratitud de la diócesis. Más allá de algunas voces hasta poco educadas, ciertamente que, como Rioja, les pedimos que sigan caminando con nuestro pueblo sin hacer caso a lo que pudiera herir su condición de mujeres. Lo que han vivido y han resuelto, con la gracia de Dios, vuélquenlo en esta comunidad diocesana en la que el Señor las ha llamado para que vivan su consagración. Hechos de esta naturaleza, deben ayudar a reconciliar a un pueblo.

Existe otro hecho que diariamente lo vivimos; me refiero a lo siguiente: qué difícil es reconciliarnos, con nosotros mismos, con las otras personas y con Dios. A las consecuencias las sufrimos todos, en esta falta de reconciliación entendida según el Evangelio. Porque no es suficiente hablar de orden y de paz en todos los niveles si no ponemos los medios eficaces para que ese orden y esa paz sean verdaderos. Qué comprobamos cada día: reflexionemos lo que cada día nos trae la prensa; lo que cada día se vive en cada hogar; lo que cada día se vive entre distintos grupos humanos que componen nuestra comunidad; reflexionemos las relaciones de trabajo existentes; las actitudes para un reordenamiento de la “cosa pública”. Aunque nos sea doloroso señalarlo, concretemos algunos hechos: qué testimonio damos los adultos a nuestros niños a nuestra juventud, cuando hacemos primar nuestras propias pasiones al bien público; todos sentimos la crisis honda en nuestros hogares: matrimonios que se separan (sin entrar a analizar y echar culpas), pero una comunidad que constata estos hechos nos debe hacer pensar a todos muy seriamente, porque se está tocando las mismas bases de la felicidad de un pueblo; constatamos el dolor de muchas personas que en silencio padecen el mal obrar de otros hermanos; constatamos el cansancio moral, el miedo a expresarse, la desconfianza entre hermanos y conciudadanos; la facilidad con que se juzga, se calumnia, se miente, se pierde la esperanza, se llega hasta perder la capacidad de admiración o asombro ante la muerte, el dolor ajeno, o ante hechos bochornosos de inmoralidad, de injusticia y de manoseo de las personas.

Es que cuando en la vida práctica, en lugar de adorar al Dios verdadero, adoramos ídolos, llámense ellos: dinero, sexo, poder, ambición, soberbia, mentira, etc., no podremos jamás reconciliarnos, ni tenernos confianza, ni ser hombres interiormente libres y hombres de esperanza, ni construir la felicidad de nuestro pueblo. Si rechazamos un cuestionamiento a fondo, especialmente aquel que nos viene del Evangelio de Cristo, no lograremos entendernos.

A la constatación de estos hechos y de otros más, no cabe sino una sola respuesta sensata: SALIR de este estado de cosas. No nos hace felices ni hacemos felices a los demás. La lectura del Libro del Génesis (c.12,1-4) es iluminadora: como a Abraham nos dice el Señor: “sal de tu tierra…”, es decir: debes salir de tus seguridades; de tus privilegios; de tus bienes avaramente custodiados; de

tus egoísmos; de tus pequeñas verdades llenas, a veces, de mentiras y defendidas con odios; de tus reglas de juego; de tus rutinas; de tus ídolos y de tus falsas ideas que tienes de Mí; de tus negaciones de Mí; debes salir con capacidad de riesgo para encontrarte con tus hermanos y con ellos caminar juntos; debes emprender el camino de la “transfiguración de tu vida” y de tu pueblo…

Y cómo salgo, Señor, nos preguntamos todos. Confiando en Aquel de quien dijo el Padre de los cielos: “éste es mi Hijo amado… ESCUCHENLO…” (Mateo 17).

Haciendo en nuestro interior la acogida a la Palabra de Dios que habla y habla con palabras interiores y con los hechos que hemos constatado.

Creando en nosotros un clima de silencio y de oración para saber distinguir la voz de Dios y no la voz de nuestras pasiones, a veces, descontroladas.

Creyendo que la reconciliación es posible si hacemos nuestra la invitación del miércoles de ceniza: “conviértete y cree en el Evangelio”.

Convenciéndonos que Cristo, el Evangelio, la Iglesia, no nos llaman a una falsa espiritualidad desgajada de la vida diaria y de la de mis hermanos. Haciendo nuestro lo que nos dice el salmo 24: “muéstrame tu camino, Señor, y guíame…”. Lo que cantamos en la liturgia: creer es mirar con tus ojos, Señor, para darle a la vida todo su valor…”

La invitación está hecha. Movámonos. La Novedad siempre nueva del Evangelio de Jesús, vale la pena correr riesgos y peligros, de todos “los duros trabajos…” (2 Timoteo 1, 8-10), de que nos habla San Pablo en su Carta. Movámonos, que “la inercia (inmovilismo) es el único pecado contra el Espíritu Santo que no tiene remisión”. Los cristianos de hoy debemos “salir” – como Abraham- para crear con los demás hombres y con el Espíritu Santo, que es el Espíritu de Jesús, el futuro que Dios tiene prometido a todo su pueblo. La Fe no es “evasiva”, es creadora de futuro, es transformadora del propio corazón y de la realidad del mundo, también de La Rioja, para hacerlo más habitable y más feliz para todos. Jesús es nuestro Maestro y nuestro Salvador.

Buscar la dimensión de profundidad es buscar en nosotros la “dimensión religiosa”. Ser verdaderamente religioso significa preguntar apasionadamente por el sentido de nuestra vida y estar abierto a una respuesta aún cuando nos haga vacilar profundamente. No perdamos la capacidad de discernimiento entre lo auténtico y verdadero y lo falso, entre la grandeza y la pequeñez. Todo esto nos capacita mejor y nos lanza más hondamente a buscar un cambio pro- fundo, según Dios, de toda nuestra realidad social y de muchos de nuestros esquemas “culturales”, que alimentan nuestras vidas pero que no nos acaban de convencer ni nos hacen felices. No nos acaban de resolver la angustia que llevamos adentro. “Muéstrame tu camino, Señor, y guíame.”

Es necesario tener el coraje, como Pablo, al ser derribado del caballo en su viaje a Damasco; “Señor qué quieres que haga…”.

Amigos, con la ayuda de Dios, seguiremos reflexionando el próximo domingo en esta misma Misa radial.