Pironio y Angelelli – La amistad entre dos beatos

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Eduardo Pironio y Enrique Angelelli con oídos en el pueblo y en el Evangelio

Eduardo nació en la Provincia de Buenos Aires a fines de 1920 y Enrique en Córdoba en 1923. Ambos entraron jóvenes al Seminario, se ordenaron sacerdotes con pocos años de diferencia, fueron formadores en sus seminarios, estudiaron en Roma y a ambos los caló hondo el Valicano II.

Esa renovación de la Iglesia ya latía en sus corazones y se hicieron pastores de sus enseñanzas. Ambos fueron perseguidos por el terrorismo de estado, Eduardo siendo Obispo de Mar del Pata y Enrique en la Rioja. A Eduardo Pablo VI lo llevó a Roma,, lo nombró cardenal y su confesor personal y junto a Juan Pablo II fue el impulsor de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Falleció de cáncer en 1998.

Fue, como Enrique, un profeta de la Iglesia Pueblo de Dios y promotor de la dignidad del hombre liberado por Cristo. Ambos se sentían muy hijos de la Virgen de Luján y tenían la confianza para contarse lo que sentían y vivían.Tenían una gran amistad.

Reproducimos una carta enviada por Enrique Angelelli a Eduardo Pironio contándole lo que ocurría en su diócesis y la respuesta de Pironio, el día del asesinato de Angelelli.

La Rioja, 30 de abril de 1976

Al Flamante Cardenal

Emmo. Eduardo Pironio

ROMA

Querido Eduardo:

Quedó flotando un abrazo de amigo en la Basílica de Luján cuando te marchabas para estar junto a PABLO. Hoy la noticia de tu cardenalato me llena de alegría y desde estos austeros cerros riojanos vuela el mismo abrazo para entregárselo al hermano y amigo a quien el Señor lo llama a servir desde el centro de la unidad y del amor.

Te decía que trataras de que tus pies no se pegaran con el asfalto de la plaza de San Pedro, sino que se mantuvieran ágiles para estar prontos a rumbear por los cuatro vientos del mundo y seguir siendo un testigo de la ESPERANZA y de la unidad eclesial. Estoy seguro que esa púrpura no impedirá que tus pies de evangelizador se enrieden en ella; todo lo contrario, el Señor y María (la de Luján) – la misma Madre de Jesús – te sigan enseñando por dentro que nuestro llamado es SERVIR y ayudar a los hombres a ser FELICES como Jesús quiere. Me hubiera gustado contarte “cosas” de la paisanada de estos lares para distraerte un poco de tus grandes responsabilidades. Pero lo dejaré para otra oportunidad. Hoy quiero unirme a la alegría de la Madre Iglesia al haberte señalado para que cargues ese símbolo de “martirio” y de “fidelidad”. Lo felicito al Santo Padre por esta elección. Si no te es difícil hacerlo me gustaría que se lo digas.

Sí quiero ofrecerte lo que en este momento tengo. Mi diócesis es duramente probada. Sacerdotes y religiosas encarcelados – personalmente estoy sometido a un control humillante. Sigue esta Iglesia con los dolores de la Cruz. Sigue, más allá de los límites de esta Rioja, el “silencio”. El Señor me sigue dando paz, aunque dolorida, como costándole florecer en pascua. Sigue demorándose la aurora y mi gente arracimándose para no caer en la tentación de “cansarse”.

Por eso florece más mi alegría al saber que eres elegido para ayudarle a Pedro a continuar siendo testigo de la Pascua. Esto te ofrezco: la pobreza de nuestros dolores esperanzados. Por la Iglesia; por el Papa; por Ti; por esta Patria nuestra; por nuestro Episcopado; por tantos hermanos que dudan de la Iglesia y sin embargo esperan. Acabo de enviarle a Zazpe los últimos informes de lo que acaece aquí. Le digo que disponga de mi persona; que quizás ha llegado la hora de Dios para que haga esta opción. Por cierto que no es mi intención empañar tu acontecimiento salvífico que está hablando muy claro de lo que el Señor quiere de tu episcopado.

A la carta del Santo Padre se la silenció intencionalmente; respeto y guardo silencio ante este hecho; pero estamos aquí recogiendo las consecuencias. Sí me dolió profundamente cuando se me dijo que era infiel al Papa. Comprenderás por qué te digo que te ofrezco lo único que tengo. Es duro tener que seguir clarificando que soy “católico” y que no soy “comunista” ni “subversivo”.

Querido Eduardo: los arenales de mi Rioja se están adormeciendo y los cerros del Velazco se envuelven en un silencio contemplativo. Todo esto me ayuda mucho a rumiar su mensaje que no es otro que lo del salmo ocho. De tanto perderse en los cerros uno acaba por ser vaqueano y las cicatrices que vamos juntando se convierten en capítulos de ese libro de la sabiduría que no acabamos de aprenderlo. Cuando vayas a San Pedro, después de esta carta, te pido que recites el Credo ante la tumba de Pedro; si sigues rezando el rosario por la Plaza, acordate que te acompaña un hermano y amigo desgranando el mismo rosario.

Si haces un recordatorio, mándame uno. A cambio de un abrazo, bendíceme.

N.B. Te saluda toda la diócesis, curas, monjas y laicos.

Enrique Angelelli

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ROMA 4 DE AGOSTO DE 1976

EXMO. Y RVMO. MONSEÑOR ENRIQUE ANGELELLI

OBISPO DE LA RIOJA

 Mi Querido Angelelli:

                                    El misterio de la Pascua –con todo lo que tiene de cruz y de esperanza- se ha clavado en tu iglesia particular y en el corazón sensible de su pastor por eso van estas líneas quiero estar a tu lado, en silencio como maría, tratando de compartir tu pasión, asegurarte mi amistad y ofrecerte mi oración.

Es inútil que te diga cosas, tú las sabes y las hemos conversado juntos tantas veces. La muerte en tu diócesis, de dos sacerdotes, tuyos y míos, me hace pensar en la Pascua: en la pacificación por la sangre de la cruz, como diría San Pablo a los Colosenses, o en la comunión en Cristo de los dos pueblos separados, mediante la muerte que derriba el muro de enemistad para hacer de él el verdadero hombre nuevo. (Ef, 2).

La Pascua es siempre fecunda, con la fecundidad del grano de trigo que muere para que fructifiquen las espigas y con la seguridad de que cada día es pascua entre nosotros: porque cada día Cristo prolonga su pasión en la historia y el gozo de su resurrección. Cristo vive, mi querido Angelelli. Es inútil que los hombres pretendan ignorarlo. Lo importante es que nosotros lo anunciemos con la palabra, lo testifiquemos con la vida y lo confirmemos con el gozo de la sangre derramada.

Ayer precisamente leíamos en el evangelio de la misa: “ánimo, soy yo, no tengan miedo”. Con la sencillez de un hermano y de un amigo te aseguro la presencia del señor resucitado. No tengas miedo. Vive la serenidad y el gozo de la esperanza.

Roma –que tú conoces piedra a piedra y que amas tan hondamente con tu corazón de obispo- nos enseña que la iglesia se plantó en la fe y el amor de los apóstoles y fue amasada con su sangre.

Desde aquí te envío un abrazo fraterno, extensivo a tus sacerdotes y religiosas, y mi bendición en Cristo y María santísima.

CARDENAL E. PIRONIO

 (Cabe mencionar que esta carta tiene fecha del mismo día del asesinato de Mons. Angelelli)