Jesús, el pelícano y el grano de trigo: Tres ejemplos y un mismo mensaje

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Quinto domingo de Cuaresma, reflexión a cargo de Iván Bussone

(Juan 12, 20-33)

En el arte religioso, es común encontrar imágenes de Jesús como el “Pelícano Piadoso”, mostrando a Cristo crucificado con su pecho abierto y la sangre fluyendo hacia una copa, simbolizando la Eucaristía y el sacrificio redentor de Cristo. Esta representación visual ha sido una fuente de inspiración y devoción para muchos fieles, plasmada en numerosas representaciones artísticas y literarias a lo largo de la historia cristiana, recordando el amor infinito de Cristo y su disposición a darlo todo por la humanidad. Un ejemplo destacado de esta devoción se encuentra en el himno “Adoro te devote”, compuesto por Santo Tomás de Aquino, que expresa: “Señor Jesús, bondadoso Pelícano, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero”.

¿Por qué la Iglesia compara a Jesús con un pelícano? El pelícano es un ave costera de gran tamaño con la habilidad de pescar con destreza, utilizando su pico para atrapar peces que guarda en una bolsa entre las plumas de su pecho. Cuando regresa a su nido, utiliza esta provisión de comida para alimentar a sus crías. En ocasiones, su largo pico puede causarle lesiones mientras trata de sacar la comida de su bolsa para darles de comer.

Los observadores antiguos imaginaron que el ave se lastimaba a sí misma para proporcionar alimento a los pequeños pelícanos hambrientos. Incluso existía una leyenda, difundida en la Edad Media, que decía que el pelícano, en momentos de escasez de alimento para sus crías, se hería a sí mismo en el pecho con su pico para alimentar a sus polluelos con su propia sangre. Este acto de sacrificio y amor incondicional se convirtió en una metáfora para los cristianos medievales, quienes vieron en esta ave un símbolo de Jesucristo y su sacrificio en la cruz por la humanidad.

En el Evangelio del quinto domingo de Cuaresma, Jesús nos presenta el siguiente ejemplo: “Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Juan 12, 24). Así como el grano de trigo debe morir al ser sembrado en la tierra para dar fruto, Jesús enfrentó la muerte en la cruz para ofrecernos vida en abundancia. Fue en ese instante cuando fue levantado en alto sobre la tierra (cf. Juan 12, 32-33). No fue asesinado, sino que voluntariamente entregó su vida (cf. Juan 10, 18). Lo hizo completamente hasta derramar su última gota de sangre y así, por sus llagas, fuimos salvados y sanados (cf. Isaías 53, 5). Este proceso de muerte y renacimiento se refleja en la acción del pelícano, quien sacrifica parte de sí mismo para alimentar a sus crías. De la misma manera que el pelícano ofrece su propia sangre para alimentar y salvar a sus pichuelos, Jesús entregó su vida para salvar a la humanidad.

Ambas imágenes, la del trigo y la del pelícano, nos invitan a reflexionar sobre la necesidad de dejar atrás lo viejo para dar paso a lo nuevo, de sacrificarnos por el bienestar de otros para experimentar una transformación tanto personal como colectiva. En todo proyecto o proceso es necesario pasar por momentos de “muerte”. Necesitamos morir a aspectos negativos en nuestra persona para dar vida a otros y vivenciar una transformación personal: morir al egoísmo, al odio, a la envidia, a querer ser el primero, a los celos, al resentimiento, al orgullo, a los apegos, al placer pasajero, a los pensamientos obsesivos con tal de vivir sanamente y poder dar vida a los demás.

  • Sacrificar nuestro tiempo o recursos para ayudar a alguien que lo necesita, sin esperar nada a cambio, en lugar de buscar solo nuestro propio beneficio en una situación.
  • Perdonar a quienes nos han hecho daño y buscar la reconciliación en caso que fuera conveniente, en vez de mantener rencores pasados.
  • Celebrar los logros y éxitos de los demás y encontrar inspiración en ellos para nuestro propio crecimiento personal, como alternativa a compararnos constantemente con otros y sentirnos inferiores.
  • Valorar nuestra propia autonomía y desarrollar relaciones basadas en el respeto mutuo y la libertad individual, en lugar de aferrarnos de manera obsesiva a una persona o situación.
  • Enfocarnos en actividades y relaciones que nos brinden un sentido de propósito y realización a largo plazo, como alternativa a buscar solo gratificaciones instantáneas o placeres temporales.

Todos estos ejemplos, y otros más, nos ayudan a comprender que muchas veces es necesario morir a un aspecto negativo para dar vida. Ciertamente puede costar o doler esa “muerte” realizada en una situación determinada. Pero, de lo contrario, estaremos ahogando la vida, impidiendo que esta germine en muchos ámbitos en que nos movemos. No se trata de un culto al dolor o de sufrir por sufrir. Se trata de morir a todo aquello que nos impide dar vida.

Por otra parte, la metáfora “si el grano de trigo que cae en la tierra no muere queda solo” contrapone la soledad del grano con la abundancia de la cosecha. Esto es para señalar que, en muchos casos, se trata de morir al aislamiento, al encierro en sí mismo, a la reducción de nuestro círculo de afectos a un minúsculo grupo, al hermetismo de una relación, a una dependencia emocional. Esta última es cuando hay un vínculo sobre el que se piensa que es imposible vivir sin esa persona, que la propia felicidad depende de otra persona. En definitiva, se trata de morir a esa soledad (¿con otros?) asfixiante para abrirse a los demás. Seguramente esa “muerte” se experimentará como algo riesgoso, incluso muy doloroso… pero vale la pena. Es necesario morir al aislamiento o al apego afectivo -que no es otra cosa que la expresión disfuncional de una profunda soledad interior- para vivir con mayor calidad de vida en esta temporalidad y plenificarla en la eternidad.

En conclusión, la metáfora del “Pelícano Piadoso” y las del grano de trigo nos proporcionan una profunda reflexión sobre el amor sacrificial de Jesús y su ejemplo para nuestra propia transformación. Estos símbolos nos invitan a morir a aspectos negativos en nuestra persona y abrirnos a los demás, experimentando una transformación personal que nos lleve a vivir con mayor plenitud y calidad de vida, empezando en esta temporalidad para continuarla en la eternidad.