Homilía (28 de Julio)

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Amigos y hermanos radioyentes de L.V. 14.

Antes de hacer esta reflexión dominical, quiero hacer una despedida. La siento como un deber de conciencia y hacer pública la gratitud de la diócesis. Quiero despedir al Padre Francisco D’Alreroche – o como le decimos, Padre Paco -. Desde su llegada a la diócesis está entregando su vida sacerdotal en Chilecito. Un deber de piedad filial le pide viajar a su Patria, Francia. Tiene a la mamá en estado muy delicado, y el hijo está lejos; está con nosotros; aquí en La Rioja. Con nosotros vivió hondas alegrías y también hondos sufrimientos. Más allá de su tierra y de su afecto familiar, sintió un llamado de la Iglesia que lo pedía venir a nuestra tierra Argentina. Públicamente le queremos reconocer y agradecer su profunda vida sacerdotal; su entrega sin medida a nuestro pueblo; su permanente actitud de hermano y amigo fiel. Antes de su partida, que esperamos que no sea definitiva – sólo Dios lo sabe – le queremos decir: Padre Paco: la diócesis de la Rioja te agradece todo lo que eres y hiciste sacerdotalmente en La Rioja. Nuestro Padre Dios, sabe medir mejor los años que viviste entre nosotros. Nosotros te decimos: ¡Gracias! Te pedimos que le lleves a la mamá nuestro saludo cariñoso; la gratitud por habernos dado al hijo sacerdote y la oración de esta Iglesia riojana que rezará por tu mamá; por ti y tus hermanos; por tu diócesis de origen y por el Obispo que generosamente te envió a nuestra Tierra. Esperamos que vuelvas a esta tu casa. Esta despedida es también un motivo de reflexión para todos nosotros. No está desconectada de esta reflexión dominical.

San Pablo en su carta segunda a los Corintios nos dice esto: que debe brillar la luz en medio de las tinieblas, esa luz debe brillar en nuestros corazones para que en nosotros se irradie la gloria de Dios, como brilla en el rostro de Cristo. Y después de decirnos esto, añade: “con todo llevamos este tesoro en vasos de barro para que todos reconozcan la fuerza soberana de Dios y nos parezca como cosa nuestra.”

Luego en el Evangelio, Cristo mismo nos dice cómo debemos orar… nos enseña el Padre Nuestro…

Hoy, creo, que es muy importante y necesario descubrir todo lo que nos dice el Padre nuestro. Meditarlo en un clima de Año Santo y con una gran sinceridad de corazón. Se comienza con una actitud de relación con Dios como la de Padre e hijo de entada afirmamos un Padre Único de todos y una familia, una fraternidad, una comunidad. El papá que reza el padre nuestro debe sentir algo muy especial al saberse que Dios le ha regalado su mismo nombre: PADRE; y los hijos al rezar el padrenuestro deben sentir, también algo muy especial al decirle a Dios PADRE y a los demás hermanos. Si al padrenuestro lo rezamos como pueblo, nos hace pensar que otras deben ser las relaciones que debemos tener entre nosotros, los hombres. Porque no podemos decir: PADRENUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS… y ser injustos; negarlo a Dios en la vida de cada día; romper toda relación de hermanos; rechazar todo gesto de verdadera reconciliación; usar a otros hombres, que son hijos de Dios Padres, como “cosa” y para provecho propio. Es decir; esta primera petición que hacemos del padrenuestro nos debe hacer pensar mucho a todos. Habría mucho por decir, pero creo que no es necesario… es suficiente volcar nuestra mirada hacia nuestra conciencia y hacia nuestra misma realidad riojana para darnos cuenta si somos fieles o no a lo que rezamos, cuando decimos: PADRE NUESTRO. ¿No les parece que cuando miramos nuestra realidad caemos en la cuenta de lo que nos dice San Pablo… llevamos un tesoro en vasos de barro…? Y sin embargo en este vaso de barro que somos nosotros, porque somos débiles, Dios ha colocado su misma fuerza; su misma vida; la “luz” que ilumina y ensancha los horizontes; la Fe, la Esperanza y el Amor. Nos sentimos que somos, como persona y como pueblo que somos criatura; hijos, necesitados; queridos por Dios y al mismo tiempo lo sentimos que está muy cerca; camina con nosotros; va tejiendo la vida con nosotros; se asoma en cada rostro; en cada amanecer y en cada atardecer; en los ojos de nuestros niños y de nuestros ancianos; en el rostro de nuestro pueblo; en cada celebración que hacemos como pueblo y en cada esfuerzo por ser más hermanos y concretar entre nosotros la justicia y el amor. Sentimos que este Dios Padre que está en los cielos, se nos acerca tanto que nos hace hijos; nos entrega su misma vida; nos da sentido a la vida nuestra; nos empuja para que construyamos un pueblo feliz como una gran familia. Nos habla de muchas maneras; nos da la certeza de ser salvados con la Cruz de Su Hijo Divino; nos regala la estupenda dignidad de poder decirle a Cristo: nuestro HERMANO MAYOR, amigo, Camino, Luz, Verdad, Vida, Esperanza y certeza en quien creemos y esperamos. Sentimos que todo eso que nos acaba de decir San Pablo en la Segunda carta a los corintios en el capítulo cuarto, es verdad, es estupendo, es capaz de hacernos tomar en la vida opciones profundas.

A veces tenemos la vida tan tensionada, tironeada por muchas cosas, que se nos escapa de la mano sin darnos cuenta que no es posible tener una experiencia religiosa profunda sin una experiencia adorativa en la vida. Sólo así se comprende a un pueblo que a pesar de sufrir las más duras injusticias y las marginaciones más grandes; y sin embargo, guarda celosamente esa actitud sabia y religiosa de saberse pueblo, hijo de Dios y solidario entre hermanos, a pesar de sus debilidades, fragilidades y aún pecados. Parecería que Dios quiere enseñarnos cómo construir un verdadero proyecto que haga feliz a un pueblo, sólo cuando le ponemos en serio el oído a ese mismo pueblo. Parecería que Dios no sólo hace de su pueblo un protagonista sino un maestro para que quienes se dicen ilustrados y “sabios” según los criterios puramente humanos, aprendan la verdadera sabiduría de la vida. Como ven, esta sola primera petición del padrenuestro se convierte en un verdadero programa de vida para un pueblo. Dios nos da la vida; nosotros solamente somos administradores de ella, decíamos el domingo pasado. Por tanto debemos rescatar esa capacidad de sorprendernos cada día, como se sorprende el padre ante el hijo que acaba de nacer. Debemos rescatar todo lo que hay de vida en cada hombre en cada pueblo; hacerla crecer, hacerla madurar; respetarla; agradecerla a Dios y hacerla feliz como la pascua en cada mujer y en cada hombre de nuestro pueblo. Saber descubrir y rescatar el grito de vida que está escondido en cada dolor y alegría de pueblo; en cada silencio, en cada oración o en cada esfuerzo por vivir de cada hombre que lucha por ser feliz, él y los suyos.

Me decía un hombre de nuestro campo esto que lo creo, además de hermoso, una gran lección: cada mañana que me levanto, saludo a la vida que nace… rezándole un Padrenuestro para que Dios me la cuide y cuide la de todo mi pueblo.

Este hombre es un sabio y un fiel intérprete de nuestro pueblo. Pretender querer imponerle otra alma a nuestro pueblo, además de ser infieles a Dios somos infieles a nuestro pueblo. Creer que esto es alienación es no haber comprendido qué es el hombre y qué es la vida. Desde esta óptica sentimos que siendo vasos de barro, en nosotros hay una presencia viva de un Dios que es Padre que nos hace jugar la misma vida por los demás hasta la muerte si es necesario.