Homilía (26 de agosto)

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Amigos y Hermanos Radio oyentes de L.V. 14

            El domingo pasado reflexionábamos sobre aquella pregunta de nuestro catecismo que aprendimos cuando niños, a saber: Somos CRISTIANOS POR LA GRACIA DE DIOS.

            Y nos hacíamos, también, esta pregunta para pensarla durante la semana; ¿qué exigencias tiene para nosotros, hoy, en La Rioja, el ser cristianos? ¿Qué FIDELIDAD exige hoy, en La Rioja, el ser y decirnos cristianos? Amigos, hoy, siguiendo estas preguntas,  trataremos de ahondarlas un poco más. Y vamos a decir algo, también, sobre el “miedo”. Miren, mis amigos, hoy los hombres nos movemos, muchas veces, en nuestras formas y maneras de obrar, en una atmósfera de MIEDO, más que de ESPERANZA, en una atmósfera de PERTURBACION y SOLEDAD INTERIOR que en una atmósfera de SERENIDAD INTERIOR de sabernos que en nosotros habita Alguien que le da sentido y seguridad y serenidad a la vida. Este Alguien es el Padre Dios-Cristo el Señor y el Espíritu Santo que permanentemente rejuvenece nuestra existencia si nosotros le damos la acogida necesaria. Como ven, en un asunto que o se lo ve y asume en la Fe o no se lo comprende. Por eso somos cristianos, por el bautismo, por la Gracia de Dios. Así, por ejemplo, solemos tener “miedo” a las CRISIS en todos los órdenes. Estas nos hacen sufrir, nos desconciertan y hasta nos tensionan. Pero, también es verdad, que las “crisis” son signo de que sin ellas no se da ningún paso adelante. Por el miedo nos agitamos en la angustia de la incertidumbre del mañana, personal y colectiva; por encontrarnos desorientados ante los “hechos“ y “acontecimientos” que a diario vivimos; o nos desorbitamos, a veces, por el cansancio que nace de nuestra inseguridad de la sensación de fracaso del pasado; de la desorientación y ansiedad del presente de la desconfianza y desaliento ante el futuro. Llegamos, a veces, al aturdimiento, perdiendo, así, la serenidad y la lucidez práctica en las decisiones concretas de la vida diaria.

            ¿Cómo solemos responder ante el “miedo”? Diría que de dos maneras: una negativa, dejándonos llevar a la tristeza y a la desesperación, la otra positiva: dejándonos llevar a la esperanza y al valor; al coraje, a la fortaleza.

            El miedo negativo, llega hasta ser enfermizo; nos mata la libertad; la iniciativa. Nos hace hombres evadidos de la realidad y engendra la desilusión y la desconfianza. A veces, nos arroja a una temeraria agresividad o nos envuelve en una estéril timidez.

            Así suele nacer la sensación de frustración que se convierte en nosotros, en alimento difícil de digerir. Entonces buscamos una “paz” artificial que nos hace “conformistas” o “derrotistas”; nos hace de espíritu burgués o lo que se suele llamar “instalado en la vida”. Nos convertimos en enemigos de todo lo que pueda perturbar esa, nuestra “paz” fingida y artificial; en verdad, esta “paz” es engañosa, no es paz.

            Buscamos, también, seguridad (en el sentido de egoísmo) y tratamos de vivir en continua defensa. No toleramos nada que sea auténtico y verdadero cambio, dinamismo en la vida, movimiento en la vida. Nos aterra, a veces, el solo oír todo esto. A veces, olvidándonos de nuestra propia ignorancia, asumimos actitudes de saberlo todo, hacemos afirmaciones con una “seguridad” que a veces, deja pasmado a quien nos oye. Cubrimos el miedo que no nos animamos a confesar. Nos aferramos como hombres codiciosos y avaros de la propia vida. Aparecemos como hombres sin esperanza verdadera. Nos comportamos, a veces, como el hombre “insensato”; usando el término bíblico del Evangelio, que en el secreto de su casa hablaba consigo mismo haciendo cálculos y cuentas de sus riquezas y proyectos para una larga vida… y decía: “mis graneros están llenos…” y esa noche, Dios le pedía cuenta, no de  sus graneros sino de su vida. Cuando obramos, así, como esclavos de la seguridad egoísta ahogamos todo noble y generoso riesgo del amor fraterno. Cuado obramos y vivimos como si el amor fuese una quimera y sin liberad, como si fuera un sueño, somos como unos paralizados estériles, infecundos, que amenazamos contagiar la enfermedad del miedo a todos los demás. También el miedo nos puede llevar a otro modo de evasión; consiste en aferrarnos a una seguridad de “poseer” en el sentido del “insensato del evangelio” autoconvenciéndonos de ser hombres “prudentes” “instalados” y “suficientes”. Obrar así, nos lleva, frecuentemente a ser hombres prepotentes y temerarios. ¿Se imaginan las consecuencias para los demás? Creernos que todo lo podemos someter a nuestro poder; aún al mismo Dios. Hacemos un Dios a nuestra propia medida, gusto y proyectos. Comprenderán, mis amigos, que ésta es también una forma de “marginación” y “exclavitud” y que quienes están en esta situación son dignos de nuestra ayuda fraternal.

            Si obrásemos así, renunciaríamos a ser “más hombre” para buscar, casi solamente el “tener más bienes”. En un corazón humano que obrase así, no tiene cavida entre Dios ni los hermanos. Obrar así, es difícil que se pueda ser amigo. Josué, en la lectura que hemos acabado de leer (24-1, 2-15-17) nos diría: Escojan: o sirven a los falsos dioses, o al Dios Vivo y Verdadero.

            Otra forma de miedo se suele manifestar cuando hacemos de las llamadas “estructuras humanas” con que está configurada nuestra vida individual y societaria, como algo “intocables”, “absolutas”. Imposibles de ser sometidas a revisión. Revelaríamos, obrando así, una cierta inmadurez, porque impediríamos toda verdadera marcha de una comunidad o de un pueblo y convertiríamos en estéril toda auténtica acción, ya sea personal o de un pueblo.

            La respuesta positiva, amigos, al “miedo” del hombre, es el Temor de Dios, del que dice la Biblia, que en el Temor de Dios nace toda Sabiduría. En este santo temor nace la fecundidad, la libertad verdadera, la esperanza, la confianza en la vida para todo riesgo equilibrado porque hace que nos apoyemos en Nuestro Padre Dios y no en nuestra fragilidad humana solamente. Este Temor de Dios es descubrir el Verdadero Amor de Dios, nos hace sentir verdaderamente hijos, nos lleva a la conversión de la vida y a la revisión de la propia conducta. Nos pone en actitud de permanentes vigías para no perder nunca la libertad. Es una continua invitación para no pecar nunca contra el amor y a no ser “insensatos” en la vida, según la visión bíblica.

            Amigos: creo que estas reflexiones así rápidas sobre el miedo, nos pueden ayudar a pensar y evaluar nuestra propia vida. Descubrir mejor qué significa ser cristiano, hoy, en La Rioja. Revisar muchas de nuestras actitudes privadas y públicas que las  tenemos  como cristianos y hasta como defensa de la fe. Son reflexiones para que nos ayuden a profundizar todo lo que el Señor nos está exigiendo en este Año Santo. Dios nos llama a vivir auténtica y verdaderamente la fraternidad entre todos. Para ello debemos cambiar muchas cosas que impiden ese encuentro fraternal. Es hora de que revitalicemos los esfuerzos para que lo que impide, personal, comunitaria y estructuralmente, vivir la vida con mayor plenitud como pueblo, lo cambiemos.

            Ubicándome más allá de los solos episodios que hemos vivido en La Rioja, sino en todo aquello que tienen de “acontecimientos” llenos de enseñanzas y que van, también más allá del juego de opiniones y tensiones, no cerremos los ojos ante una realidad cargada de esperanza en las expresiones de nuestro pueblo riojano. Cuando un pueblo siente y vive la esperanza buscando una vida mejor, todos tenemos la responsabilidad de no matar la vida que nace. Parecería que toda nuestra tierra riojana estuviese, ya, fecundada, por esta esperanza y por una vida nueva y que amanece desde sus cuatro puntos cardinales. Demos gracias a Dios, porque ya estamos en marcha, laboriosamente, para el gran encuentro riojano que lo venimos ensayando cada año para las fiestas.

            Es signo de esta marcha y de este encuentro, cuando Usted, hermana nuestra, llegada hace dos días al Santuario de San Nicolás, con otros hermanos riojanos, no para traer odio sino diez besos de sus diez hijos, porque, como me decía, usted y sus hijos ya han dejado de ser “don nadie”. Cuando Usted, hermana riojana, cargada de años, dejó que el locro se quemara en el fuego para pelear el locro del resto de la vida para sus hijos, cuando Ud. hermana riojana, aunque se le puedan reír, usará el hábito de San Nicolás durante seis meses, para que vean los que no ven, para que oigan los que no oyen, para que amen los que odian, para que no sigan haciendo sufrir a un pueblo los que lo hacen sufrir. Amigos, creen que podemos detener una marcha de un pueblo a quien Cristo lo ungió con el bautismo, lo alimenta con su Cuerpo y su Sangre, lo rejuvenece permanentemente con su Divino Espiritu, Amigos: sintámonos todos llamados a esta marcha redentora, salvadora, liberadora. Porque cuando la juventud y los más pobres de nuestro pueblo riojano nos dicen junto al altar de este Santuario, con los ojos llenos de esperanza: “somos la semilla para una Nueva Rioja. ¿Creen que podemos seguir perdiendo el tiempo en pequeñeces, y entretenernos con episodios que ahondan el miedo, matan la confianza y escandalizan a los limpios y rectos de corazón?

            ¿No creen que ser cristiano, hoy, en La Rioja, es saberla donar hasta sus últimas consecuencias para que todos seamos felices? Pensémoslo durante esta semana.