Homilía (17 de junio)

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Aquí le he dejado al Padre Martín Gómez, que preside esta Misa Radial Diocesana, unas reflexiones grabadas para ustedes hermanos y amigos radio oyentes de La Rioja, pero especialmente para ustedes, hermanos costeños. Lo hago grabado, porque hoy estoy en Los Llanos participando de dos celebraciones patronales, una de San Antonio en Los Tellos y otra en Chamical, la del Sagrado Corazón de Jesús y en donde dos religiosas harán sus votos o consagración a Dios, Nuestro Padre, para servir mejor a nuestro pueblo. Celebramos, hoy, la fiesta de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, a Quien adoramos, alabamos y agradecemos que nos haya dado, como regalo, su propia VIDA en el bautismo para que fuésemos hombres nuevos, pueblo nuevo. Y celebramos también el día del “padre”. También hoy siento yo más que nunca este sentido y realidad  profunda de la paternidad en la fe, en esta familia diocesana de La Rioja. No quería dejar en silencio esta fiesta. Por eso para todos ustedes padres de toda La Rioja les hago llegar un saludo muy cordial, y una bendición especial para que el Señor les ayude y nos ayude a que seamos verdaderamente padres (ustedes por la carne, yo por la fe) en los momentos alegres y en los momentos dolorosos que tiene la vida de todos los días.

Pero les decía que hoy esta realidad mía de hermano y de padre la volcaré especialmente en ustedes los costeños. Lo que hemos vivido el día de San Antonio en Anillaco, si bien es cierto que ha sido doloroso y no acabamos de comprenderlo en su realidad más profunda, sin embargo creo que es un hecho como signo de vida, de esperanza, de resurrección, aún no lograda plenamente porque estamos aún caminando por el camino doloroso de la cruz. Quizás estén en algunos de ustedes los espíritus demasiados exaltados como para reflexionar seria y cristianamente todo lo que se está viviendo, y otros tan doloridos y confusos que no saben qué pensar. Ciertamente que lo protagonizado en Anillaco es un hecho gavísimo, diría que es un pecado público, como ofensa a Dios, como agravio a la Iglesia, como manoseo al pueblo de La Costa, que es noble, cristiano, sufrido, leal. Si ustedes observaron que guardamos silencio, quienes estuvimos ese día en la parroquia, a todo lo que se decía, créanme que fue la mejor respuesta y el mejor regalo que les pudimos brindar para ayudarles a que ustedes reflexionasen todo eso que se estaba haciendo y diciendo. ¿Saben lo que entre otras cosas me imaginé en esos momentos? A Cristo en el pretorio de Pilatos guardando un elocuente silencio ante los gritos de “crucifícale”. Es que era necesario ese silencio de Jesús, como el Via Crucis y la muerte, para que la Pascua fuese verdadera, no una pura ficción. También pensé todo lo que el Padre le exigía a su Divino Hijo, para que ese pueblo que le gritaba “crucifícale” pudiese ser plenamente liberado y tener la verdadera Vida que nos viene de la Trinidad, por él, y para que todos los hombres fuésemos una verdadera familia.

Otra cosa. Quiero que sepa toda la Diócesis. No es el verdadero y auténtico pueblo de La Costa el responsable de este doloroso hecho. Es un grupo de hermanos nuestros, que enceguecidos por intereses egoístas y que van contra el pueblo, el que ha utilizado la patriarcal figura del Padre Virgilio, haciéndoles creer que el Obispo lo tenía secuestrado; el que ha utilizado nuestra fe cristiana y los sentimientos religiosos sembrados durante tantos años por el Padre Virgilio. Hermanos costeños no se engañen. Reflexionen. El Obispo no ha sacado ni sacará al Padre Virgilio, ni lo tenía secuestrado al Padre Virgilio como se dice. ¡Qué barbaridad lo que dicen! Sino, por el contrario, ese día de la Fiesta de San Antonio iba a anunciar en la Misa que por pedido del Obispo y de toda la Diócesis al Santo Padre Pablo VI, al Padre Virgilio se le otorgaba una distinción pontificia, haciéndolo Prelado de honor del mismo Papa. Ahora el hecho vivido en Anillaco posiblemente haga que esa alegría de la distinción al P. Virgilio no sea vivida por los costeños para con su anciano párroco.

Otra cosa. Como les decía, el silencio fue la respuesta mejor que pudimos brindarles. Y cuando debía hablar, fue para contestar que bendecía al pueblo de La Costa, y que le pedía a Dios No maldijera a los responsables de este gravísimo acontecimiento. No es verdad que Maldije, como se ha dicho por ahí.

Si he suspendido las ceremonias y los actos religiosos y litúrgicos, presididos por los sacerdotes en todos los templos de La Costa, no ha sido ni es para castigar a un pueblo, sino para ayudarle a reflexionar y que no se deje engañar por quienes hoy se sienten “responsables y dueños” del P. Virgilio, de la Iglesia, de la fe, y de la sana doctrina. Ustedes los conocen bien. Ciertamente que esos hermanos nuestros, equivocados, extraviados y ciegos, no son modelos con sus vidas de la fe cristiana y de la justicia.

Los templos son de ustedes. ustedes los custodiarán e irán a ellos cuando quieran, a rezar, a pedirle las luces necesarias al Señor, a que La Costa sea una gran familia, como lo es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Pero también es verdad que si el Obispo, los sacerdotes, las religiosas y un grupo reducido de laicos, hemos sido echados de La Costa, no podrán entonces exigir que en estas circunstancias se celebren las Misas, los sacramentos. Dense cuenta que faltan las condiciones mínimas y fundamentales para que un pueblo y una comunidad cristiana pueda celebrar la Santa Misa por los vivos y por los muertos. Eso sí, los sacerdotes pueden y deben atender a los enfermos graves, para administrarles el Sacramento de la Santa Unción. Si a las Fiestas Patronales deben celebrarlas sin sacerdote (como va a ser el caso de ustedes, los de San pedro, próximamente) ustedes verán si realmente sienten la necesidad de que estén acompañándoles y presidiéndoles los actos del culto. Claro que esto lo pensarán ustedes y me lo dirán cuando lo necesitan, porque hay otros, que dirigieron y dirigen toda esta campaña, a quienes estas cosas no les  interesan. Más aún, la presencia de los sacerdotes les incomoda.

Personalmente, como es también el deseo de toda la Diócesis, manifestado en una jornada de oración y reflexión en La Rioja (hecha antes de ayer) estamos dispuestos a brindarles toda ayuda, especialmente brindarles los sacerdotes necesarios que ayuden al P. Virgilio, si se dan las condiciones necesarias, sienten y reclamen la necesidad de tener sacerdotes. Por ahora ningún sacerdote, de dentro y de fuera de la Diócesis, puede decir Misas, administrar sacramentos, (excepto el de la Santa Unción a los enfermos), ni ejercer el ministerio sacerdotal, tanto dentro como fuera de los templos.

Hermanos costeños: descubran este momento doloroso como una gracia de Dios que quiere ayudarles a repensar lo que significa ser cristianos. Repito, no se dejen engañar.  Hay quienes quieren confundirlos, pretendiendo crear conflictos entre la Iglesia y el Gobierno; quienes quieren separar la Iglesia de su pueblo, especialmente que la iglesia no se comprometa con los más pobres, que no significa rechazar a ningún sector ni a ningún hombre que esté rectamente dispuesto a darle acogida al Evangelio y llevar la fe a la vida. No permitan que al P. Virgilio se lo engañe y se lo use, respeten sus años, su salud quebrantada, las pocas fuerzas que le quedan, y que hagan aparecer como si la Iglesia del Padre Virgilio es distinta a la del Obispo.

Si mañana deba aplicarles algunas medidas un tanto dolorosas a personas concretas, hermanos nuestros, que son directos responsables de lo que pasa en La Costa, lo haré aunque algunos no lo entiendan, como la mejor muestra de sentimientos fraternales y de padre, para ayudar al pueblo de La Costa que no se lo siga engañando, especialmente ustedes hombres y mujeres sencillos. También quieren significar esas medidas una muestra de amistad, que brindo a quienes, estando ciegos, hacen tanto daño al pueblo de La Costa y fuera de ella.

Si dos sacerdotes, los PP. Jorge y Antonio, que han dejado familia y amigos, se han radicado entre ustedes para servirlos y estar junto al P. Virgilio para ayudarle, lo sucedido el día de San Antonio me exige reparar públicamente esta injusticia y agravio que se les ha hecho al decirles “que se vayan”. Por eso les encomendaré la predicación de la Novena de San Nicolás aquí en La Catedral. A los padres de Jorge y Antonio, les digo que ésta no es La Rioja, la representada por quienes los expulsaron. De la misma manera, a las religiosas: las Hnas. de la Asunción que están en Aminga, como a las Hnas. Azules que están en Aimogasta, que fueron tratadas tan groseramente, les decimos que la Diócesis las considera auténticas y verdaderas religiosas consagradas al servicio del pueblo.

Hermanos costeños, y hermanos riojanos de la Diócesis, que en este día en que celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad y el día del padre, sepamos redescubrir lo que significa vivir como verdaderos cristianos, formando una verdadera familia, que es lo mismo que un verdadero pueblo, que juntos caminamos para lograr construir la felicidad de todos. Que el Señor los bendiga.