Homilía (12 de marzo)

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Reflexiones acerca de un hecho de violencia en Famatina

 “Una lección que todos debemos aprender”

La responsabilidad de obispo de la diócesis me urge a hablar acerca del hecho de violencia que se acaba de protagonizar en Famatina.

El hecho: El párroco del lugar y dos laicos fueron agredidos cobarde, alevosa y groseramente, en las inmediaciones de la población de Santa Cruz, por nueve sujetos perfectamente identificados. Me encontraba haciendo un retiro espiritual, para reflexionar mejor acerca de la difícil misión de la responsabilidad pastoral frente a una diócesis, pero, enterado de la noticia, lo interrumpí inmediatamente para viajar a Famatina.

Acabo de regresar. Fui a dar un abrazo de hermano a las víctimas, a solidarizarme con ellas y a reflexionar juntos. Están doloridos por los hematomas, por los golpes recibidos y por las molestias internas; de ellos recogí el relato sereno del hecho de violencia. Luego, con todo el decanato, que acaba de dar un ejemplar testimonio de solidaridad y amistad, analizamos en profundidad lo que Dios, nos quiere decir desde este acontecimiento, que no es fortuito, aislado u ocasional.

Escuché luego las diversas manifestaciones del pueblo, me informé del proceso que se sigue en la justicia local, compartí algunas horas el sereno y edificante testimonio de entereza cristiana de las hermanas del Sagrado Corazón, que desde hace un año han comprometido sus vidas de mujeres consagradas al servicio del pueblo famatinense.

En síntesis, un sacerdote y dos laicos, víctimas de un hecho de violencia por comprometerse con las esperanzas y las alegrías, con los dolores y las angustias de un pueblo. Por otro lado, un reducido grupo de individuos que, usando del factor de poder que da el dinero y la ceguera voluntaria de muchos, protagonizan como autores inmediatos un hecho de violencia, expresión de miedo, egoísmo y debilidad. En fin, un pueblo que, con actitudes nobles, firmes y solidarias, nos da una rica lección de la que todos debemos aprender: nuestro hombre quiere ser tratado como persona y no como cosa, como hijo de Dios y no como esclavo.

Más allá del episodio

Pero lo importante es no quedarnos solamente en el hecho protagonizado, no caer en el juego pequeño y anecdótico. Tampoco me sorprende que sucedan hechos de esta calidad. Este es uno más en la serie que se viene sucediendo en La Rioja y en nuestra patria.

Para comprenderlo bien es preciso ubicarlo en el contexto de toda la provincia y de toda la diócesis, más aún, en el contexto nacional, como argentinos y cristianos.

Tres consignas para una gran tarea:

El santo padre Pablo VI, al hablar de la paz, orientaba todo el año 1971 según las siguientes palabras: «Todo hombre es mi hermano». El año 1972 quedaba bajo el lema: «Si quieres la paz, trabaja por la justicia». Y en el comienzo de esta cuaresma la Iglesia marcaba la frente de cada cristiano con esta invitación «Conviértete y cree en el evangelio».

En estas tres sentencias se condensa la vida y la gran tarea del hombre y de toda verdadera comunidad. Aquí se sintetiza la vida y la misión de todo cristiano y de la Iglesia. Concretamente, tratar de llevar estos ideales a la realidad significa que debernos trabajar por la liberación de todo hombre riojano y de todos los riojanos, para tomar una idea de Pablo VI en su exhortación apostólica Populorum progressio. Esto supone que no seremos una comunidad fraterna si no nos esforzamos por eliminar los obstáculos de la verdadera paz, esto es, las injusticias, fruto del egoísmo del hombre y de las estructuras y sistemas que el hombre mismo construye en la sociedad.

Para ello es preciso dar acogida a Dios, que irrumpe en el corazón de cada uno de nosotros para recabar una respuesta que signifique un cambio radical de vida, un corazón nuevo, una vida nueva.

Convertirse es ser verdaderamente hermano y artífice de la paz. La conversión toca el interior de cada uno y afecta la inteligencia y el corazón; toca los sentimientos y las actitudes personales, sociales y públicas; toca lo económico, lo social, lo político, lo cultural y lo religioso. Toca el reordenamiento íntegro de nuestra sociedad, de suerte que el hombre sea el centro y señor de las cosas y de todo lo creado. Así podemos sentirnos plenificados en Cristo, como Cristo es plenificado por nuestro Padre Dios, en quien existimos, vivimos y somos personas e hijos.

Misión de la diócesis

Cuando nuestra diócesis de La Rioja se preguntó hace tres años, como lo había hecho antes el papa Pablo en relación con la Iglesia universal, «Iglesia riojana, ¿Qué dices de ti misma y cuál es tu misión?», aquel interrogante no fue otra cosa que poner en práctica las tres consignas arriba enunciadas. Lo preconcebido al asumir la conducción pastoral de esta Iglesia local fue seguir poniendo en práctica el Concilio y hacerlo en una realidad concreta: La Rioja.

Pero todo esto supone un Concilio conocido y vivido en su letra y en su espíritu, no un Concilio ignorado o solamente declamado; esto supone asumir sus frutos y sus precios, alegres y dolorosos, como el hecho de Famatina; supone que estará en permanente juego la cruz y la pascua de Cristo; liberación y dependencia, libertad y esclavitud: he aquí el signo de la fuerza de Dios y el signo de la fuerza del egoísmo, opuestos como en lo vivido en Famatina.

Por eso, si nos duele el dolor de nuestros hermanos, cobardemente golpeados, nos alegra todo lo que tiene de resurrección y designo de personalización de un pueblo que cada día toma más conciencia de su propia dignidad. Porque si miramos el pasado desde el hecho de violencia de Famatina, advertirnos que ha sido preparado por otra serie de hechos pascuales y dolorosos. La “locura y la necesidad” de la cruz siguen siendo escándalo y signo de contradicción para los «señores», los «instalados» y los «cómodos» de este mundo.

Una diócesis que quiere vivir su propio éxodo, a semejanza del pueblo de Israel, deberá asumir estos hechos, que revelan vida y muerte a la vez, y los deberá asumir con serenidad y confianza, porque sabemos en quién creemos y esperamos. Nuestro compromiso es con un pueblo, el riojano, y desde él queremos hacer nuestro camino.

Signos de contradicción

Para comprender mejor lo que ha sucedido en Famatina nos ayudará recordar algunas realidades recientes de la vida de esta diócesis.

Hemos protagonizado cuatro “Semanas de Pastoral” que nos hicieron tomar conciencia de quiénes somos, cómo estamos y cuál debería ser hoy nuestra misión; se han despertado esperanzas y han nacido desorientaciones; han surgido cuestionamientos de la vida cristiana que llevamos y se han producido reencuentros entre quienes antes se sentían excluidos de la misma mesa común.

Nuestra Iglesia es cuestionada, entre otras cosas, por creérsela ideológicamente peligrosa; por creérsela incursa en «acciones subversivas»; por creérsela metida en lo que no debe; por creérsela demasiado preocupada por el hombre, mientras perdería el sentido de lo sobrenatural; por creérsela negativa en sus relaciones con los poderes públicos; por creérsela «tercermundista» cuando unos no saben lo que ese adjetivo significa y otros lo eligen, intencionalmente, para lograr otras cosas con el calificativo.

La misa radial se le quita al pueblo de La Rioja en nombre de una supuesta «superioridad», sin dar razón de nada y sin que sea posible conocer el rostro del juez que condena. Hay instituciones laicales que rehusan asumir una revisión y renovación conciliar agresividades y campañas sistemáticas de calumnias; en el interior, la presencia del Movimiento Rural de Acción Católica; problemas en Los Llanos y pronunciamiento de su decanato y dígase lo mismo del decanato del Oeste; preocupación porque la Iglesia habla demasiado de los pobres, de los que sufren, de los sin voz; presencia de los miembros del movimiento «Tradición, Familia y Propiedad», etc., etcétera.

Un contexto nacional

Decíamos también que es preciso considerar estos sucesos en un contexto nacional, como argentinos y cristianos.

Nos duele nuestra patria, nos duele la situación en que vivimos y el sufrimiento de tantos hermanos nuestros. Pareciera que La Rioja no existe en el mapa del país y que sólo interesa de ella la chaya, el vino riojano y el sol del invierno, mientras que los esfuerzos verdaderos y auténticos, tanto privados como oficiales, para hacer de nuestra provincia una comunidad que vaya viendo cristalizarse los empeños en hechos promisorios de felicidad para todos, mientras que estas positivas realidades se tratan con la óptica porteña y de la pampa húmeda, con indiferencia o a lo sumo con el interés de hacer un buen negocio.

Es necesario que también nosotros abramos los ojos y no nos prestemos a esta indiferencia ni a la explotación de nuestro pueblo. Para comprender mejor el hecho de Famatina, hay que pensar, entre otras cosas, en la «carestía de la vida», en los «presos» que no lo son por «delito común», en los torturados, en los perseguidos por ejercer la justicia según las enseñanzas de Jesucristo en las bienaventuranzas. Hay que pensar asimismo en toda la gama de inmoralidades señaladas por las distintas cartas pastorales de cuaresma emitidas por los miembros del episcopado argentino. Hay que pensar y tener presente el silenciamiento a que se está sometiendo a la Iglesia argentina.

Slogans y campañas, oficial y privadamente manejados, están creando confusión, miedo, sospecha, desconfianza. Siguen existiendo los «buenos consejeros» que se creen aptos para decirnos a los obispos que seamos «prudentes», o para advertirnos que detrás de cada campanario hay un subversivo y un comunista. Quieren así hacernos callar como pastores de nuestro pueblo, para que no cumplamos con la grave responsabilidad que nos cabe de iluminar desde la fe los acontecimientos de la vida del pueblo argentino, del que formamos parte. Se intenta, pues, que no ayudemos a pensar, a esperar, a crear, a construir.

Se multiplica y se institucionaliza la delación, la calumnia y la tortura como cosa de cada día y como estilo de vida, gravísima enfermedad que es urgente airar. Advertimos que con ello se logr0a tan sólo matar la creatividad y se ahonda una verdadera enfermedad moral que debilita y corroe “los valores de nuestro pueblo”.

Se siembra la desconfianza entre hermanos, se profundiza el desencuentro, se mata la búsqueda solidaria y todos nos centramos sobre nosotros mismos permitiendo que crezca el individualismo y el egoísmo, sin favorecer el análisis sereno y profundo de las causas que engendran todo tipo de violencias.

Hay que cambiar…

Amigos que perpetraron el hecho de violencia de Famatina y quienes adoptan actitudes similares: ¿creen acallar la voz de Dios que habla desde el corazón mismo del pueblo riojano? Comprendan que también sirven para ustedes las tres sentencias que nos sirvieron hasta aquí de reflexión.

A todo el pueblo de La Rioja: sepamos aprovechar este hecho para meditar las exigencias que se nos plantean, de vivir como hermanos, construir la verdadera paz, convertimos y creer en el evangelio.

A las autoridades ya los organismos de justicia: el pueblo riojano espera una respuesta concreta, eficaz, justa y alentadora.

Hermanos sacerdotes, religiosos y religiosas: en el signo dado por nuestro hermano atacado en Famatina, descubramos todo lo que exige de nosotros la opción de consagración al servicio del pueblo, con el que queremos caminar hasta dar la vida, si es preciso. Mucho nos deben decir la cruz y la pascua que se van tejiendo en la marcha de nuestra gente. Y mucho también tendremos que examinarnos para comprobar si la vida con­cuerda con lo que predicamos.

A ustedes, laicos: dos laicos han sido golpeados; interpreten lo que esto significa, a la luz de las palabras del papa Pablo en las jornadas de la paz y a la luz de la invitación de esta cuaresma.

Amigos míos, víctimas de Famatina: la diócesis de La Rioja les agradece el sufrimiento de la carne de ustedes, porque en ese dolor ya vislumbramos un amanecer de pascua, en la carne sufriente de nuestro pueblo riojano.

“Es hora que despertemos del sueño”, dice el apóstol Pablo.

Que Cristo, el Señor, bendiga al pueblo riojano.