Fiesta de San Nicolás y Solemnidad de María Madre de Dios 2023 – Homilía Monseñor Braida

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 1° enero 2023

MISA SOLEMNE FIESTA DE SAN NICOLÁS – SOLEMNIDAD DE MARÍA MADRE DE DIOS

Homilía pronunciada por Monseñor Dante Braida en la Catedral y Santuario San Nicolás de Bari, La Rioja

Damos gracias a Dios por este día y este año que estamos comenzando con renovada esperanza.

Damos gracias por celebrar en este día a San María Madre de Dios y a nuestro Patrono querido, el Tatita San Nicolás.

En el Evangelio hemos contemplado a Jesús que nace en un lugar humilde y pobre: Un pesebre, el corral de los animales. Sin embargo Lucas destaca que allí en ese lugar reina una gran alegría por el nacimiento de un Niño.

Los pastores, personas pobres de aquel lugar son los primeros que reciben el anuncio de este nacimiento e inmediatamente van a ver al Niño y cuentan lo que le habían dicho sobre Él los ángeles: Que había nacido un Salvador, que es el Mesías esperado, el Señor. Y ellos regresan con ALEGRÍA, ALABANDO Y GLORIFICANDO a Dios.

También nosotros, habiendo celebrado la Navidad hace unos pocos días, continuamos contemplando el pesebre y dando gracias por el nacimiento del Hijo de Dios. Porque, como nos decía el apóstol Pablo, “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos” (Gal 4,1ss).

También nosotros, como los pastores tenemos que alabarlo y glorificarlo porque Dios sigue con nosotros. Estuvo en el año que finalizamos y estará este que iniciamos y estará siempre y nos acompaña en el camino de la vida como hijos muy queridos suyos.

En el Evangelio junto al Niño están JOSÉ y MARIA. Ella, dice la Palabra, guarda en su corazón TODO lo que escucha y no comprende todavía. Poniendo de manifiesto la dimensión CONTEMPLATIVA de su vida. Escucha atenta, diálogo con Dios, reconocer signos de su presencia. Nosotros como ella estamos llamados a cultivar esta dimensión esencial en nuestra vida cristiana.

JOSÉ es un esposo y padre presente. Aquí junto a María lo vemos, organizando el lugar del parto y acompañando el nacimiento. Luego tendrá que organizar la huida a Egipto para cuidar al Niño en peligro de muerte. Después organizará el regreso a Nazaret y allí llevará adelante una vida de trabajo e irá contribuyendo a la integración social y religiosa de su Hijo. Al cumplir los doce años suben a Jerusalén peregrinando. Siempre atento a lo que Dios le pedía, también es un contemplativo en acción. Receptivo del plan de Dios y solidario.

En la vida cristiana esta dimensión contemplativa y solidaria nos conectan con el AMOR de DIOS, que hace plena la vida de los hombres. Amor que nos saca de todo encierro o pretensión de autosuficiencia para abrirnos a vínculos concretos y fecundos con los demás.

En este sentido, hoy que tenemos presente de modo especial al Papa Benedicto XVI, en la hora de su partida, es bueno recordar su primer Encíclica que trata “sobre el amor cristiano” . En ella nos ofrece un camino de paz y reconciliación a los hombres como fruto de un amor recibido y ofrecido. Ante tanta violencia, guerra, hambre, insultos, descalificaciones, Benedicto nos recuerda que el amor a Dios nos ha de mover a amar, respetar y defender a cualquier ser humano de todo signo de violencia, exclusión, marginación. Allí nos enseña que cuanto más nos aproximamos a Dios más debemos amar a los demás porque Dios es el Padre de todos. Y esto es tarea de toda persona e institución.

Dice Benedicto en Dios es Amor en el N° 28: “El amor siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor… Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo… Lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiaridad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercanía a los hombres necesitados de auxilio. La Iglesia es una de estas fuerzas vivas: en ella late el dinamismo del amor suscitado por el Espíritu de Cristo. Este amor no brinda a los hombres sólo ayuda material, sino también sosiego y cuidado del alma, un ayuda con frecuencia más necesaria que el sustento material… 

Por eso la vida de cada persona es valiosa al igual que la vida de las instituciones que integran la sociedad y buscan estar cerca de la gente para un servicio concreto.  El amor, ese amor que hace plena la vida de las personas, se manifiesta a través de cada una de ellas.

La pandemia del COVID-19 que todavía transitamos nos ha afectado de muchas maneras, pero si la sabemos aprovechar se puede constituir en una verdadera escuela de crecimiento personal y social.

Dice el papa Francisco para la jornada de la paz de este día, que la pandemia “ha desestabilizando nuestra vida ordinaria, trastornando nuestros planes y costumbres, perturbando la aparente tranquilidad incluso de las sociedades más privilegiadas, generando desorientación y sufrimiento, y causando la muerte de tantos hermanos y hermanas nuestros… Además, agrega, no podemos olvidar cómo la pandemia tocó la fibra sensible del tejido social y económico, sacando a relucir contradicciones y desigualdades. Amenazó la seguridad laboral de muchos y agravó la soledad cada vez más extendida en nuestras sociedades, sobre todo la de los más débiles y la de los pobres.

Pero, a su vez, después de haber palpado la fragilidad que caracteriza la realidad humana y nuestra existencia personalpodemos decir que la mayor lección que nos deja en herencia el COVID-19 es la conciencia de que todos nos necesitamos; de que nuestro mayor tesoro, aunque también el más frágil, es la fraternidad humana, fundada en nuestra filiación divina común, y de que nadie puede salvarse solo. Por tanto, es urgente que busquemos y promovamos juntos los valores universales que trazan el camino de esta fraternidad humana.

Si, por un lado, la pandemia sacó a relucir muchas cosas negativas, por otro, hemos logrado hacer descubrimientos positivos: un beneficioso retorno a la humildad; una reducción de ciertas pretensiones consumistas; un renovado sentido de la solidaridad que nos anima a salir de nuestro egoísmo para abrirnos al sufrimiento de los demás y a sus necesidades… De esta experiencia ha surgido una conciencia más fuerte que invita a todos, pueblos y naciones, a volver a poner la palabra “juntos” en el centro. En efecto, es juntos, en la fraternidad y la  solidaridad, que podemos construir la paz, garantizar la justicia y superar los acontecimientos más dolorosos. De hecho, las respuestas más eficaces a la pandemia han sido aquellas en las que grupos sociales, instituciones públicas y privadas y organizaciones internacionales se unieron para hacer frente al desafío, dejando de lado intereses particulares

Sólo la paz que nace del amor fraterno y desinteresado puede ayudarnos a superar las crisis personales, sociales y mundiales.

Querida comunidad, al celebrar a san Nicolás en este día también tenemos presente lo que dice el papa Benedicto en esa encíclica: “La vida de los Santos no comprende sólo su biografía terrena, sino también su vida y actuación en Dios después de la muerte. En los Santos es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos.” (n° 42)

En San Nicolás reconocemos a alguien que está vivo y presente en la vida del pueblo. Y son muchos los testimonios de ayudas recibidas por su intercesión. Hoy le pedimos a él para este año que iniciamos la gracia de crecer en estas dimensiones que nos humanizan profundamente: lo contemplativo y lo solidario. Ambas presentes en la vida de este gran pastor de la Iglesia. Cada vez que rezamos su oración este pedido está presente. Le decimos:

“Enséñanos a apreciar la oración, la Palabra de Dios y los sacramentos.”

Y también, con espíritu solidario, le pedimos por los demás:

“Escucha a los enfermos y a los angustiados que acuden a ti.

Reconforta a los que están privados de la libertad y a los ancianos.

Intercede ante Dios por nuestros seres queridos que han muerto…

protege a esta Provincia y a sus hijos que te invocan como insigne protector.

Te suplicamos por la paz para nuestra Patria y para todos los pueblos de la tierra.”

En este año que iniciamos pidamos la gracias de abrirnos de un modo más amplio al Amor de Dios cultivando esta dimensiones esenciales de la vida, la contemplativa y solidaria.

Para finalizar les comparto esta bendición que escuchamos en la primera lectura:

«Que el Señor te bendiga y te proteja.

Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia.

Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz.» (Nm 6, 22ss)