DAR LA VIDA POR ANUNCIAR EL EVANGELIO A LOS POBRES – Monseñor Braida 46° aniversario del Martirio de Monseñor Angelelli

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DAR LA VIDA POR ANUNCIAR EL EVANGELIO A LOS POBRES

Homilía  Mons. Dante Braida en el 46° aniv. del martirio del beato Enrique Angelelli en Paraje El Pastor- Punta de Los Llanos 07-08-22

Lecturas:  Jer 1,4-10 /1 Cor 4, 7-15/ Lc 12,35-40

“Estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos” (cf. 2,Cor 4,8)

Queridos hermanos y hermanas:

  1. Hace cuarenta y seis años en este mismo lugar vivía su pascua Mons. Angelelli. Sus últimos meses de vida fueron de una gran incertidumbre y dolor. Muchos de quienes lo acompañaban en su tarea pastoral estaban amenazados o presos o tuvieron que irse del país. Días antes dos sacerdotes y un laico fueron acribillados cruelmente. Él mismo presentía que llegaba su hora. Sin embargo seguía adelante son su misión y asumiendo con esperanza toda la dureza del momento. Su confianza en Dios perduraba de tal manera que los primeros días de julio, en las fiestas de invierno de San Nicolás ponía a toda la diócesis en estado de oración por la patria y las familias. Y aunque sus misas radiales estaban suspendidas pedía que sigan escuchando las que se transmitían desde otros lugares o provincias porque lo importante es que se escuche la Palabra de Dios, se la reflexione y viva.[1]
  2. En el evangelio que hemos escuchado Jesús nos exhorta a estar preparados, a velar, a no dormirnos ni relajarnos en la vida que él nos propone: “Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”, les decía.

Jesús hoy nos expresa estas palabras desde su Reino eterno donde nos tiene preparado un lugar y adonde quiere que todos lleguemos recorriendo aquí, como peregrinos, el camino que él mismo nos indicó para instauración de su Reino. Todo el evangelio nos va manifestando en qué consiste ese Reino.

Pero podemos preguntarnos qué significa esto expresa Jesús: “estar preparados, estar velando”.

Para esto tenemos que remitirnos a lo que había dicho anteriormente: “Cuídense de toda codicia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas…  Busquen más bien su Reino, y lo demás se les dará por añadidura… Vendan sus bienes y denlos como limosna…  acumulen un tesoro inagotable en el cielo…. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón”. (cf Lc 12,14ss)

Por tanto un aspecto del “estar preparado” tiene que ver el uso y el sentido de los bienes materiales. Nos invita a «ser ricos a los ojos de Dios» como lo son quienes comparten sus bienes con los pobres y entonces así «acumulan un tesoro inagotable en el cielo». Mientras la codicia de los bienes, el aferrarse egoístamente a los mismos, no puede garantizarnos la vida eterna  la limosna, el compartir, las obras de misericordia que nos abren a la necesidad de los demás, también nos abren las puertas de la vida futura en Dios. Lo esencial es dónde se pone el corazón: o en el Reino de Dios o en los bienes materiales.

  1. Compartir los bienes con los pobres, trabajar por un mundo más justo, renovar la Iglesia acentuando su dimensión de participación, de corresponsabilidad y servicio en todos sus miembros, anunciar el Reino era en lo que estaban ocupados nuestros mártires cuando sin saber el día y la hora les quitaron la vida.

             Los cuatro de diferentes modos se fueron desapegando de lo propio  o de un proyecto personal para asumir la voluntad de Dios, por ejemplo desprendiéndose de su patria en el caso de Gabriel ó de un trabajo seguro y una vivienda en el caso de Wenceslao. Asumieron el evangelio del desprendimiento y el servicio, del compartir con todos privilegiando a los más pobres siguiendo las claras huellas que el Espíritu Santo había indicado  a la Iglesia en el Concilio Vaticano II, volviendo así a lo esencial de su identidad y misión.

         Por ese camino sano y liberador estamos llamados a caminar decididamente también nosotros.

         Siempre está al acecho la tentación de acumular bienes para querer falsamente asegurarnos la vida, o la tentación de pensar en el propio interés olvidándome de las necesidades de los demás. Hoy lo vemos, por ejemplo, en el alto nivel de especulación y egocentrismo que hace que en nuestra sociedad estemos padeciendo una inflación y crisis que deja cada día en el camino a más pobres e indigentes. La propuesta de un estilo de vida basado en el mayor consumo y en la ilusión de una felicidad que se logra con el acumular más y más riquezas hacen que cada día en la sociedad haya más deterioro, crezca la incertidumbre y aumente la pobreza con sus innumerables expresiones y clamores.

         Ayer, en el encuentro de Comunidades Eclesiales de Base se compartieron varios de los clamores de este tiempo que surgen de nuestro Pueblo, entre ellos la creciente pobreza, el consumo de drogas que lleva a una dependencia que mata, el narcotráfico que se ha instalado y lo destruye todo sin que se haga nada o se haga demasiado poco, la violencia que crece en muchas expresiones en las familias o en la calle, la falta de trabajo entre otros.

  1. Ante estas realidades todos podemos hacer algo. En primer lugar es necesario cultivar la cercanía, el ponernos al lado de quien manifiesta algún clamor. El acercamiento nos cambia a nosotros mismos, nos ubica y nos brinda la posibilidad de realizar una ayuda adecuada. Nos dice Aparecida: “Sólo la cercanía que nos hace amigos nos permite apreciar profundamente los valores de los pobres de hoy, sus legítimos anhelos y su modo propio de vivir la fe. La opción por los pobres debe conducirnos a la amistad con los pobres… Se nos pide dedicar tiempo a los pobres, prestarles una amable atención, escucharlos con interés, acompañarlos en los momentos más difíciles, eligiéndolos para compartir horas, semanas o años de nuestra vida, y buscando, desde ellos, la transformación de su situación.” (nn 397-398)

La cercanía como actitud personal y comunitaria siempre debe ser acompañada de una escucha atenta. No podemos es cerrar los oídos y mantenernos distantes de las necesidades de los hermanos. Dice el Papa Francisco: “Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres… esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo… Hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto.” (EG 187)

  1. Qué bueno recordar aquí el ejemplo de renovación de la Iglesia que inauguró san Francisco hace 800 años. Primero, al responder al llamado que Dios le hacía a orar y a reparar la Iglesia. La transformación que esto trae en su vida hace que muchos se sientan atraídos por él empezando a conformar una fraternidad. Pero encontrará su real vocación cuando vence el rechazo que tenía por las personas leprosas y se anima a acercarse a una de ellas y darle un beso, allí su transformación llega a un culmen que lo liberó de prejuicios y distanciamiento para comenzar a visitar diariamente el leprosario llevando la limosna que le daban.

El Espíritu Santo que obró en san Francisco por la oración, la vida fraterna y el servicio a los pobres, es el mismo que sopló en el papa Juan XXIII para convocar el Concilio y luego realizarlo, es el mismo que hizo que Mons. Angelelli ponga por obra en esta diócesis sus enseñanzas y vivirla en una propuesta pastoral concreta hasta dar la vida. Es el mismo Espíritu que eligió al hoy papa Francisco para renovar la Iglesia siguiendo los caminos del pobre de Asís, del que tomó su nombre, y del Concilio Vaticano II que nos ayudó a aclarar la identidad de la iglesia y su vocación de ser servidora de la humanidad. Es el mismo Espíritu que habita en nosotros y que durante la pandemia, poniendo en común nuestras vivencias y escuchando las enseñanzas del Evangelio y del Papa, nos ha dado unas líneas pastorales que tenemos que seguir profundizando y viviendo. Ese mismo Espíritu en la escucha sinodal que hicimos a inicios de año nos dice que la nuestra Iglesia tiene que ser hoy más un Hospital de campaña, no tan solo en el socorro, sino en la promoción y en la denuncia, que cobije y asuma a los que quedan varados en la orilla del camino.   Que asuma el compromiso con los pobres y marginados, en la búsqueda constante de su desarrollo y la promoción integral; que no se canse de bregar por ellos y de enseñar el camino de la distribución y la igualdad… para que se haga realidad el destino universal de los bienes creados, para que estén al alcance de todos y beneficien a todos.

Como Iglesia estamos llamados a profundizar la renovación conciliar por la que nuestros mártires dieron la vida. El Espíritu Santo nos está mostrando el camino y nos va alentando desde adentro a seguirlo.

Se trata de profundizar nuestra vida de oración, de fraternidad, de cercanía y de escucha atenta al clamor de nuestros hermanos que más sufren para juntos buscar soluciones adecuadas.

         Por este camino cierto nuestros mártires estuvieron preparados para cuando les llegó su hora y hoy disfrutan del Reino en su plenitud, donde son plenamente felices. Qué alentadoras palabras las del Evangelio de hoy que nos invita a no desaprovechar cada día de vida para seguir ese camino: ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos.”

  1. Quizás muchos nos sentimos pequeños ante estos compromisos que el evangelio nos llama a asumir. Pero no depende todo de nuestra buena voluntad, siempre pequeña y limitada sino que es una obra de Dios en nosotros. También Jeremías se siente pequeño ante la elección de Dios para que sea profeta. También Pablo se sintió frágil en su seguimiento de Jesús por eso dice con claridad “Nosotros llevamos un tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios”. Y agrega: “Estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados.”
  2. Que nuestros beatos Enrique Angelelli, Carlos de Dios Murias, Gabriel Longueville y Wenceslao Pedernera, nos alienten a seguir las huellas del Evangelio, como ellos la siguieron, para que el Reino de Dios sea anunciado a todos, especialmente a los pobres y ese Reino se manifieste cada vez más entre nosotros.

Bendiciones y mucha paz! Así sea.

 

[1] Angelelli E. Carta Pastoral 18 de julio de 1976.