Carta Pastoral

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“Quiero manifestar un amor grande al pueblo riojano que el Señor me confió; un amor grande a esta hora histórica que nos toca vivir y que juntos vamos tejiendo dolorosamente; amor grande a Cristo y a su Iglesia”

A ustedes, hermanos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, a ustedes, hermanos riojanos: Antes de escribir esta carta pastoral que les dirijo, la recé mucho para que el Señor me haga escribir sólo aquello que él quiere que les escriba.

También antes leí detenidamente la segunda carta de san Pablo a los Corintios; como es larga, no la transcribo; léanla ustedes, pues en ella alimenté los sentimientos que inspiran la que les alcanzo ahora.

El corazón entero en una carta de hermano y padre

No busquen en esta carta estudios sistematizados de temas; no busquen citas eruditas de autores; pero no busquen tampoco a un hombre desesperado y con segundas intenciones: traten de descubrir, más allá de la forma externa, a aquel que hace cinco años llegó a La Rioja con un sacerdocio en plenitud que no era para él, sino para entregarlo al pueblo de la diócesis.

Porque así llegué, con un Concilio Vaticano II recién promulgado, con un Medellín recién elaborado. Traía muchas ganas de entregarme a fondo y consustanciarme con el pueblo al que el Señor me enviaba como obispo. Así se lo decía al santo padre Pablo VI cuando le di mi consentimiento para presidir esta iglesia.

Traía también una debilidad semejante a la de todos los hombres, pero traía la fuerza de quien hace fuertes a los débiles; traía todo lo que es una persona concreta, toda mi misión y todo lo que recibí de mi madre y mi padre, que Dios aún me conserva vivos; de ellos aprendí mucho, pues siempre supieron compartir en silencio las alegrías así como los sufrimientos de su hijo sacerdote y obispo; hoy también, desde lejos, continúan ejerciendo esa especie de ministerio del silencio.

Descubran, pues, en esta carta pastoral los mejores sentimientos del amigo, del hermano y del padre en la fe.

Una carta que es reflejo de grandes amores

Si me pidieran que explicase en pocas palabras todo lo que deseo expresar con estas líneas, lo traduciría así: quiero reflejar un amor grande al pueblo riojano que el Señor me confió; un amor grande a esta hora histórica en que nos toca vivir y que dolorosamente vamos tejiendo juntos; un amor grande a Cristo y a su Iglesia. Esta carta pastoral quiere ser un canto a la esperanza y al entusiasmo de la marcha confraternizada.

Aquí encontrarán la clave para interpretar todo lo que encierran cinco años de obispo en La Rioja; este es el camino que recorrimos juntos, con todas las dificultades propias de ir concretando una diócesis como la anhela el Concilio. Está de mas señalar que no tengo ni una remota intención de formular mi autodefensa ni de efectuar una presentación según cálculos puramente humanos.

Una carta que intenta contestar una insistente pregunta

Otra cosa que es bueno recordar: cuando llegué a La Rioja, nos hicimos juntos estas dos preguntas: “Iglesia, ¿qué dices de ti misma?” «Iglesia, ¿cuál es tu misión hoy y aquí en La Rioja?”

Los convoqué para que las respondiéramos juntos; también juntos seguimos poniendo en práctica el Concilio en la diócesis; comenzamos a descubrir las primeras exigencias y las verdaderas dimensiones de la corresponsabilidad que surge de vivir como sacerdotes, religiosas y laicos conforme a la propia identidad que surge de ser Iglesia. Hoy podemos evaluar los frutos. Yo recalqué las ideas madre del Concilio hasta que fueron penetrando en la carne y en la sangre de esta Iglesia diocesana: era la consecuencia de mi primer mensaje.

Ya hemos vivido intensamente cinco años de pastoral y otra clave para interpretarlos es releer ese primer mensaje que he mencionado más arriba. Allí encontraremos luz para medir los aciertos y los desaciertos que juntos hemos alcanzado. Hemos vivido alegrías profundas y dolores profundos, con fidelidades e infidelidades. A medida que mi camioneta fue devorando kilómetros por todas las rutas de La Rioja, se me iban metiendo en el corazón, cada vez más hondo, las esperanzas y los sufrimientos del pueblo riojano. Y me seguían golpeando los oídos las dos preguntas que nos hicimos juntos al llegar a la diócesis: Iglesia, ¿qué dices de ti misma?, que es lo mismo que revisarnos a fondo a la luz de la fe; y también: Iglesia,   —que somos todos cristianos—, ¿cuál es tu misí6n concreta ante estos problemas ante estas realidades y situaciones humanas que descubrimos en los pueblos de la provincia, y que por cierto no son problemas imaginados?

Y esos pueblos, con su silencio, con sus gestos austeros y con su sabiduría, me iban diciendo que la Iglesia nunca debe dejar de ser madre y servidora de los hombres, especialmente de los que necesitan y sufren más. Pero también existieron, lamentablemente, otros hermanos nuestros que sospecharon de la iglesia, como sospecharon un día de Jesús, porque comía con los pecadores; y sospecharon de esta iglesia porque salía de la sacristía y se mezclaba con sus semejantes, porque rompía una paz y un orden mal entendidos, porque reclamaba de todos opciones fundamentales.

Las alegrías y los sufrimientos vividos profundamente, así como marcan la vida de un pueblo, marcan también para siempre las vidas de las personas. Un día, a mi llegada, consagré a María Santísima mi misión pastoral en la diócesis, así como pedí a San Nicolás que me ayudara a ser buen pastor, como lo fue él cuando le tocó presidir la Iglesia de Mira, en Asia Menor. Y desde entonces se me fue metiendo La Rioja en el alma, con su historia, con su presente y con sus esperanzas.

Una carta que exalta lo que no se ve

Si en otro contexto y con otra finalidad se considera útil presentar todo lo realizado en la vida de nuestra diócesis en estos cinco años, para apreciar como nos ha ido bendiciendo el Señor, hoy creo que lo más importante es señalar lo que no se ve, lo que no se puede contabilizar, lo que no se puede medir con las reglas de cálculo humanas. Porque es otra cosa lo que debemos descubrir: lo que se siente y se vive, lo que se lleva dentro sin querer exteriorizarlo, lo que a unos apasiona y en otros provoca rechazo, lo que para unos es “estupidez y locura” y para otros, los sencillos de corazón, es anuncio de la Buena Nueva. Así debemos sentir a la Iglesia, así queremos continuar caminando, desde el pueblo, siendo pueblo de Dios en marcha.

Debo seguir recordándolo: la Iglesia es santa en su origen (La Santísima Trinidad) y pecadora en sus miembros (que somos nosotros). Esta es otra clave para interpretar la vida y la pastoral de la diócesis, que no deja de ser Iglesia peregrina, que no es distinta a la que fundó Cristo: es la misma Iglesia, la de siempre y la de ahora, que debe ser signo y servidora del pueblo, la que debe ir preparando los caminos de la Iglesia de mañana.

Tal como es verdad que “no tenemos ciudad permanente aquí abajo”—nos lo recuerda san Pablo—, es también verdad que estamos llamados a vivir intensamente la encarnación del Hijo de Dios, Cristo, comprometiéndonos con la realidad concreta de todo el hombre y de todos los hombres, con mente y corazón de universalidad. Vivir de este modo nos ayudará a apreciar y defender más todo lo nuestro, todas las auténticas tradiciones. Pues así queremos vivir la vida trinitaria de Dios, traída por Cristo a nosotros los hombres, en La Rioja y en esta coyuntura histórica.

Una carta que es una confesión de fe

Debemos seguir proclamándolo, por la gracia de Dios: “Creemos en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica…” Creemos en la Iglesia plantada y edificada en La Rioja, desde que La Rioja es La Rioja, y manifestada en nuestro pueblo y en nuestros caudillos; que es fiel y a la vez infiel, que es santa y pecadora, que es eterna y tiene rostro riojano, que está llamada a seguir ayudando a construir una provincia nueva, feliz, creativa, ayudando a ordenar la vida, privada y pública, según Dios.

Pero ella ha de proseguir anunciando que lo definitivo no es de aquí, que necesitamos alargar la mirada más allá del sepulcro. Esta es otra de las claves para saber interpretar la sabiduría de nuestro pueblo, que en sus silencios y en sus gestos, sellados a veces con sangre, va protagonizando acontecimientos —unos pequeños, otros trascendentes e históricos— con los que logra ser protagonista de su propio destino, que no es sino la liberación integral, como fruto del evangelio que lleva marcado en su ser y en su alma. Esta es la clave para descubrir también mejor una Iglesia misionera, dinámica, que sea respuesta de Dios a cada hora histórica y a cada situación concreta. Aquí está la réplica, pues, al dualismo de religión y vida.

Una carta que proclama el evangelio

Muchos acontecimientos ha vivido intensamente nuestro pueblo. Este año, indudablemente, el suceso de Anillaco nos ha marcado con perfiles especiales. Mañana la historia tendrá que señalarlo como uno de los signos más claros de lo que cuesta, significa y exige la liberación cristiana de un pueblo interpretada a la luz de la pascua del Señor.

Los sucesos de Anillaco y Aminga y una sistemática y persistente campaña de injurias, calumnias y difamación, llevada a cabo especialmente contra la diócesis de La Rioja, tienen ya su respuesta en el prolongado silencio mantenido por nuestro pueblo. Esta respuesta es exigencia de una misión pastoral asumida al servicio del pueblo, al que se quiere silenciar y desorientar. Pero ahora “Roma habla”…

Hoy debo comunicarles algo especial que, por su trascendencia e importancia, marcará la vida de la diócesis y de la provincia. Es el signo de la manifestación del paso del Señor entre nosotros, después de una prueba purificadora que nos ha ido disponiendo a recibir la gracia extraordinaria del inminente año santo. Esperamos poder recoger algunos de sus frutos de reconciliación y de renovación, que son también exigencias a diez años del Concilio.

El santo padre Pablo VI, con un gesto de verdadero padre y como verdadera cabeza del colegio episcopal, ha determinado enviar a La Rioja un representante personal.

Vendrá a comunicarnos lo que el Papa piensa y juzga de la diócesis. Para esclarecimiento de ustedes, no vendrá ni como visitador apostólico ni como veedor ni como conciliador; viene simplemente como legitimo representante personal del papa, para hacer público un mensaje dirigido al obispo y a ustedes, hermanos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, cuyo contenido conoceremos cuando el representante esté entre nosotros. Ciertamente, él viene a recoger gestos del año santo que no pueden ser sino de reconciliación con Dios y con nuestros hermanos.

Invito a todos para que con sencillez y rectitud de corazón, con alegría y esperanza cristiana, sepamos recibir y llevar a la práctica de la vida, como verdaderos hijos de la Iglesia, lo que en su mensaje el santo padre Pablo VI habrá de entregarnos a través de su legítimo representante personal. Preparémonos en la oración y recibamos su palabra con mente y corazón iluminados y fortalecidos por la fe.